jueves, 30 de mayo de 2013

Una de Fantasmas

Cuando uno va a vivir a una casa tan antigua lo primero que piensa es, ¿habrá fantasmas? En nuestro caso ya lo sabíamos porque antes de ir a vivir allí nosotros ya había vivido antes mi tía y ya llevábamos muchos años trabajando en aquella casa. Había fantasmas. Lo que no estaba claro era cuántos ni por dónde.
La cuestión de compartir el espacio con más gente de la que crees que hay es sencilla. Basta con dar las gracias si se te abre la puerta, que la gente se merece un respeto, poner flores, que les gustan mucho y, si por alguna causa molestan, pedir por favor que paren con un “¡Hala venga, deja ya de hacer ruido, por favor, que mañana tengo muchas cosas que hacer!” o algo parecido y sobre todo y esto es lo más importante no andar jodiéndoles con Curas, psicofonías, exorcismos y demás majaderías, que al fin y al cabo ellos están en su casa y ellos la vieron antes.
Todas estas cosas cuando eres novato no las sabes así que, cuando la luz empezó a fluctuar misteriosamente, las puertas y los cajones a abrirse sin mediación alguna y el montaplatos a subir y bajar solo mientras las luces se encendían y apagaban solas mi padre, que nunca había creído en semejantes cosas, se fue a hablar con el párroco de San Gil, que para su sorpresa se tomó el asunto muy en serio, hasta tal punto que le pidió unos días a mi padre para poder consultar con el Diácono del Pilar. Realizadas las consultas un día quedó con mi padre, al que acompañaban otros adultos que tenían curiosidad en el tema y, con una estola que él nunca había visto, fue recitando unas salmodias especiales para la ocasión mientras iba echando agua bendita, que llevaba en un balde grande rojo de plástico que le habíamos dejado porque el edificio en total tenía ocho plantas (o nueve si contábamos un pasadizo que moría en una cúpula llena de escombros) y hacía falta mucha agua bendita.
Parece que lo que sea que hubiera allí se cabreó mucho y no le faltaba razón. Al fin y al cabo, ¿quiénes eran esos tipos para llevarle un párroco y además decirle lo que tenía que hacer? Aquella misma noche mi padre, que no había estado enfermo en treinta años, cogió un gripazo de los gordos y, además, le robaron el coche.
A partir de esa noche los episodios extraños se multiplicaron, por ejemplo, el montaplatos que unía el bar con el restaurante que estaba en el primer piso empezó al día siguiente a subir y a bajar solo cada vez más rápido hasta que se empotró en la parte de arriba, en la viga que lo sostenía, como si quisiera subir más y más arriba. Cuando los técnicos del montacargas vinieron a arreglarlo no salían de su asombro. Nos dijeron que aquello era imposible. Que un ascensor se puede quedar atascado, caerse... Pero es imposible que “se pase de parada”, es decir, si tiene dos paradas, arriba y abajo, no puede ser que intente seguir subiendo o bajando más allá de las paradas que tenga.
Por suerte con los años aprendimos a respetarles y así conseguimos que ellos también nos respetaran a nosotros.

Así que, si vas a vivir a una casa antigua compórtate, lleva unas flores y respeta a la gente.

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