viernes, 24 de mayo de 2013

La Madalena . La historia de mi integración.

La Madalena. Historia de mi integración.

         Hace ya diez años que vivo en el Barrio de "La Madalena" de Zaragoza. Antes ya había vivido en El Tubo, así que ya estaba curado de espanto. Como payo, creo que me he adaptado bien (hay que tener en cuenta que soy yo el que está en su territorio) y nunca he tenido problemas con los gitanos, así como yo he intentado no darles problemas a ellos.
         Sí que hubo algún problema con una pareja de italianos que
tenían dos perros enormes y que vivían en un bajo pequeñísimo justo enfrente de casa. El edificio de enfrente, donde ellos vivían, está (y lo sé porque lo he medido) a exactamente siete metros del nuestro... Hay pasillos que son más largos. El problema consistía en que a esta pareja le gustaba hacer el amor con las ventanas abiertas y jadear mientras lo hacían como si se acabara el mundo (estoy seguro de que no era para tanto) y nos jodían la siesta, que era lo que todos los vecinos queríamos hacer, en vez de oírles a ellos. Al griterío del acto en cuestión se sumaba el bullicio y el regocijo de la chavalería del barrio que, colocada en dos bandos, la mitad a cada lado de la ventana, contestaban a los gemidos de la pareja con un ¡Vaaayaaaa paaaaayaaa! o un ¡Vaaaaya paaaaayooo! dependiendo del lado de la ventana en que se hubieran colocado y de qué miembro de la pareja gimiera. Yo, la verdad, en semejante situación no habría podido concentrarme, pero bueno, ellos lo hacían... Ya lo creo que lo hacían. Por suerte cuando llegaba diciembre iban cerrando la ventana y tampoco estuvieron tantos años viviendo allí.
         Tampoco estuvo mal el número de una colombiana que vivía justo encima de los Italianos y que, cuando hacía la colada tendía, siempre desnuda, un tanga de cada color en cada uno de los pinchos que tenía la verja de forja de su balcón. Esto, siendo también llamativo, tampoco importaba tanto, los tangas se secan pronto, según tuvimos oportunidad de comprobar. El problema venía cuando llegaba a las tantas, ponía una musiqueta horrorosa a todo volumen y después se quedaba dormida. Lo de que se quedaba dormida lo sabíamos porque se le enganchaba el CD en la canción número ocho y nos pegábamos toda la noche, o hasta que se despertaba, escuchando al mismo volumen que antes sonaba la música el "clonc, clonc, clonc" propio de estos casos.


         Bueno, como digo, nunca con los gitanos he tenido ningún problema, además los de mi barrio son muy elegantes. Pero lo primero que me llamó la atención al llegar fue la cantidad de muebles y de cosas que tiran a la basura. Supongo que es porque van consiguiendo otras. Lo siguiente fue su concepción del espacio personal. Tú vas por la calle y te encuentras, como todas las tardes, con un grupo de ellos hablando de sus cosas y tú quieres pasar, pero ellos no se apartan y no es por falta de educación ni de respeto, es que ellos están ocupando ese espacio y ya está. Y no hay que tomárselo a mal ni enfadarse ni nada, es que ellos lo hacen así. Y, por último, hacen algo genial... ¡No utilizan el portero automático! Al principio no sabía por qué se llamaban a voz en grito. Desde la calle gritaban ¡Fulaniiiitaaaaaa, Fulaniiiitaaaa! hasta que Fulanita salía. Un día pasaba justo por delante de una chica que estaba gritando y me pegó tal chillido en la oreja que no pude evitar decirle “¡Pero chica, vaya grito me has pegado! ¿No le funciona a Fulanita el timbre o el teléfono o qué? Es que siempre estáis gritando”. Y ella me contestó "Vaya con el paayoo, cómo se poone el paaaayo, anda que no se enteeera el paaaayo". Total, que me fui a casa algo mohíno y sin saber por qué no usaban los timbres. Pero a los pocos días llamaron a mi portero automático... “¿Diga?” “El cartero, que traigo una carta certificada para Enrique Artiach de la Agencia Tributaria". Entonces abrí al cartero con una sonrisa por la iluminación que acababa de tener… Ya lo entendía todo. No llaman por el interfono porque saben que sus amigos no van a contestar al interfono, no vaya a ser una carta certificada de la Agencia Tributaria. En fin, amigos, cuánto tenemos que aprender. En esto de "la integración" todos tenemos que integrarnos un poco.




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