sábado, 1 de junio de 2013

Una de señoras



         Hacía mucho que no me encontraba con una señora de las mías. En este caso era una abuelita benefactora. Tenía un aspecto entre la abuelita Paz y Yoda y andaba encorvada encorvada, ayudándose de la pared y de un bastón.
         Esa mañana me disponía a abrir la persiana y se me escapó el perno del que estaba tirando y, además de hacerme daño, la reja se quedó a medio subir.


         La anciana al oír mi juramento —que no repetiré aquí— me dijo, “Eh, Joven”. Yo pensé: “Vaya, ya la hemos liado y la abuelita me va a reñir, lo noto”. Pero entonces la señora se acercó como pudo y me dijo “Ya veo que está en apuros, joven, No se preocupe, jejeje, ha tenido suerte de encontrarme, jejeje”. Me quedé perplejo intentado averiguar cómo demonios pensaba aquel vejestorio, muy amable, pero vejestorio al fin y al cabo, echarme una mano. De repente, cuando estuvo suficientemente cerca de la persiana, se apoyó con una mano en la pared y con el bastón que sujetaba en ristre con la otra mano le dio un golpe a la reja que subió al instante hasta enroscarse en su sitio en un segundo. “¿Qué?”, me dijo, “¿ha visto usted qué golpe de cadera? Jeje, ya lo ve joven, ¡más vale maña que maño!” A lo que yo contesté, “pues también tiene usted razón, señora. Muchas gracias”. Y ella siguió su camino diciendo “Las que usted tieeeeene, adiooos, adiooos”.

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