La primera vez
que me rapé el pelo lo hice sin saber muy bien por qué. Era un crío y quería
llamar la atención, o algo así.
Recuerdo el
tremendo grito que profirió mi madre cuando me vio y el coñazo que me dio
durante años; primero por habérmelo cortado, segundo para que de alguna forma
ocultara mi «error» por medio de sombreros y gorras y, ya más tarde, tuvo el resto de
la vida para recordármelo a mí, a mis amigos, a mis novias y a todo el que se
le pusiera por delante.