viernes, 21 de junio de 2013

Zapatos



  Mi abuela materna Isabel era una persona muy peculiar. Todos la queríamos mucho a pesar de su carácter algo voluble.
  Tenía siete hijos y como le era algo complicado acordarse de la talla de pies que calzaba cada uno ideó un sistema casi infalible para acertar siempre.
     Cogió un papel  grande lo colocó  en el suelo  puso  todos sus hijos en fila descalzos por orden de edad y por turnos les fue haciendo poner el pié derecho en el papel dibujando con el lápiz  la silueta de todos los pies de todos sus hijos. Después puso debajo de cada plantilla el nombre de cada propietario. El caso de mi tía mi tía Marga era distinto. A ella  le dibujaba los dos pies porque por un problema bastante grave de nacimiento, tenía un pie un número más grande que el otro y por eso mi abuela le dibujaba los dos  pues a ella había que comprarle dos pares iguales pero de dos números diferentes para hacer un par para  sus dos números de pie.
   ¿Que porqué mi abuela no apuntaba en un papel pequeño como todo el mundo los diferentes números de pié de sus siete hijos?. Eso... nadie lo sabe.
  Un par de veces al año, o las que fueran, mi abuela se iba a Madrid desde Huesca que era donde vivía y se lanzaba a la aventura de comprar allí los siete pares de zapatos y me figuro que también los suyos y los de su marido, mi abuelo Enrique.
   ¿Que porqué mi abuela cogía un tren para ir a Madrid que está a más de cuatrocientos kilómetros de Huesca para vagar como un alma en pena con el papel gigante lleno de las huellas de sus siete hijos y todas aquellas cajas de zapatos (al menos nueve) por la Capital del país y luego volver de nuevo en otro tren cargada a Huesca en vez de llevar a sus hijos una tarde a una zapatería de Huesca como todo el mundo? eso...tampoco nadie lo sabe.
    Como todos sabemos ningún sistema es perfecto y este tenía al menos dos fallos. El primero era el siguiente ¿Qué hacer con el par de zapatos nuevos que le sobraban a Marga? la cosa estaba clara “Aquí no se tira nada” así a que Berta que era la hermana que  seguía a Marga  por edad le tocaban los zapatos que no usaba Marga pero claro, estos zapatos eran de números diferentes y Berta tenía sus propios  pies los dos del  mismo tamaño.
   Berta a la que ya conocisteis en mi relato “Los zapatos de Tomás” se pasó muchos años llevando los zapatos de números diferentes  con la complicación añadida de que cuando todos crecían y heredaba de su hermana Marga los  zapatos viejos que se le habían quedado pequeños, Berta recibía un par de zapatos viejos iguales a los que ya tenía  pero con los números cambiados , así  que a  Berta los años pares le apretaba el pie izquierdo y los años impares el derecho.
  El otro fallo llegó cuando mi abuela decidió que sus hijos ya no crecerían más y  a partir de ese momento  dejó de actualizar la plantilla. Algunos de sus  hijos realmente ya no crecieron más pero mi madre un día ya casada entró en una zapatería porque había una liquidación muy buena y pidió un modelo que le había gustado en el número treinta y seis. Como no había de su número la dependienta le dijo ¿porqué no se prueba usted el treinta y siete que a lo mejor tiene suerte y le va bien? y mi madre accedió porque eran unos zapatos que le encantaban. Se los probó y se dio cuenta de que le iban como un guante ¡Que suerte tuvo! por fin se dio cuenta de que calzaba un número más “ ¡Pero si yo creía que calzaba el treinta y seis de toda la vida  y resulta que calzo el treinta y siete!”  mi padre asombrado le decía “ Chica ¿y no te dabas cuenta de que te dolían los pies? a lo que mi madre contesto “ Es que yo pensaba que los pies tenían que doler”
  Bueno pues así son las cosas en mi familia y así estamos todos

  

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