Hacía mucho
que no me encontraba con una señora de las mías. En este caso era una abuelita
benefactora. Tenía un aspecto entre la abuelita Paz y Yoda y andaba encorvada
encorvada, ayudándose de la pared y de un bastón.
Esa mañana me
disponía a abrir la persiana y se me escapó el perno del que estaba tirando y,
además de hacerme daño, la reja se quedó a medio subir.
La anciana al
oír mi juramento —que no repetiré aquí— me dijo, “Eh, Joven”. Yo pensé: “Vaya, ya
la hemos liado y la abuelita me va a reñir, lo noto”. Pero entonces la señora
se acercó como pudo y me dijo “Ya veo que está en apuros, joven, No se preocupe,
jejeje, ha tenido suerte de encontrarme, jejeje”. Me quedé perplejo intentado
averiguar cómo demonios pensaba aquel vejestorio, muy amable, pero vejestorio
al fin y al cabo, echarme una mano. De repente, cuando estuvo suficientemente
cerca de la persiana, se apoyó con una mano en la pared y con el bastón que
sujetaba en ristre con la otra mano le dio un golpe a la reja que subió al
instante hasta enroscarse en su sitio en un segundo. “¿Qué?”, me dijo, “¿ha
visto usted qué golpe de cadera? Jeje, ya lo ve joven, ¡más vale maña que maño!”
A lo que yo contesté, “pues también tiene usted razón, señora. Muchas gracias”.
Y ella siguió su camino diciendo “Las que usted tieeeeene, adiooos, adiooos”.
Jajaja eres genial!
ResponderEliminarGracias. Ya quisiera yo ya.
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