Cuando fui a vivir a
aquella casa tan antigua una amiga mía, que entendía de estas cosas, me
recomendó fervientemente que pusiera la cama debajo de alguna ventana para
estar protegido de los espíritus. No me dijo por qué esto era más seguro, pero
como el cuarto era grande y no me costaba nada hacerle caso, seguí su consejo
por si las moscas y allí estuvo la cama todos los años que dormí en aquel
edificio.
No sé si fue por eso,
pero aquella temporada dormí poco, como siempre, pero sin sobresaltos ni más
pesadillas de las habituales.
Por aquella casa-restaurante
pasaron personajes alucinantes. Una de estas personas era una chica que nos
hacía la limpieza de nuestra casa. Era pelirroja, bajita, algo
rellenita, con unos ojos azules y una sonrisa algo inquietantes. No recuerdo su
nombre ni de dónde había salido. Siempre la vi con una bata de rayas azules y
negras tipo pescadero.
Hacía bien su
trabajo, pero tenía una manía que a mi madre,que aparte de llevar la cocina, es decoradora, le
sacaba de quicio: le daba por cambiar los muebles de sitio sin consultar ni
pedir permiso. Nadie sabe cómo movía aquellos muebles enormes siendo tan
pequeña, ni cómo le daba tiempo a limpiar y a mover ella sola alacenas llenas
de platos, armarios roperos, mesas de comedor con sus sillas, sofás, librerías
repletas, sillones orejeros... Todo lo que era susceptible de ser movido tarde
o temprano, ella, acababa moviéndolo, Mi madre, que estaba hecha a todo, al final
ya ni se inmutaba. No sé cómo aguantó semejante intromisión en su intimidad,
pero lo hizo.
Un día subí a mi
cuarto y vi que la cama no estaba en su sitio. Como aquel día estaba por ahí le
pregunté: “Oye, ¿cómo es que has movido mi cama de sitio?” A lo que ella
respondió, "Es que he pensado que aquí en el rincón estarás mejor y más
caliente ahora que llega el invierno, porque esa ventana además no cierra bien.
La verdad es que tenía razón en todo. El sitio era más cálido, más acogedor.
Era cierto que la ventana no cerraba bien. Total, que le hice caso olvidándome
de los sabios consejos de mi amiga.
Aquella misma noche
tuve una espantosa pesadilla, no tanto por el contenido si no por la
intensidad. Soñé con un fantasma que llevaba unas botas negras. Desde el medio
de mi habitación el fantasma dio un salto y cayó con una bota a cada lado de mi
cabeza. Después, en mi sueño, yo veía cómo en el cristal empañado de la ventana
estaba escrita la palabra "Extranus". Me desperté muy angustiado, cogí
mi diccionario de latín y busqué la palabra. En el diccionario se leía: "Extranjero,
de distinta nación o familia. De fuera de este mundo".
Coloqué la cama en
su lugar y le prohibí a aquella chica que volviera a entrar en mi cuarto. Y
poco a poco volví a conciliar mejor el sueño.
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