Mi abuela materna
Isabel era una persona muy peculiar. Todos la queríamos mucho a pesar de su
carácter algo voluble.
Tenía siete hijos y
como le era algo complicado acordarse de la talla de pies que calzaba cada uno
ideó un sistema casi infalible para acertar siempre.
Cogió un papel grande lo colocó en el suelo puso
todos sus hijos en fila descalzos por orden de edad y por turnos les fue
haciendo poner el pié derecho en el papel dibujando con el lápiz la silueta de todos los pies de todos sus
hijos. Después puso debajo de cada plantilla el nombre de cada propietario. El
caso de mi tía mi tía Marga era distinto. A ella le dibujaba los dos pies porque por un
problema bastante grave de nacimiento, tenía un pie un número más grande que el
otro y por eso mi abuela le dibujaba los dos pues a ella había que comprarle dos pares
iguales pero de dos números diferentes para hacer un par para sus dos números de pie.
¿Que porqué mi
abuela no apuntaba en un papel pequeño como todo el mundo los diferentes
números de pié de sus siete hijos?. Eso... nadie lo sabe.
Un par de veces al
año, o las que fueran, mi abuela se iba a Madrid desde Huesca que era donde
vivía y se lanzaba a la aventura de comprar allí los siete pares de zapatos y
me figuro que también los suyos y los de su marido, mi abuelo Enrique.
¿Que porqué mi
abuela cogía un tren para ir a Madrid que está a más de cuatrocientos
kilómetros de Huesca para vagar como un alma en pena con el papel gigante lleno
de las huellas de sus siete hijos y todas aquellas cajas de zapatos (al menos
nueve) por la Capital del país y luego volver de nuevo en otro tren cargada a Huesca en vez de llevar a sus hijos
una tarde a una zapatería de Huesca como todo el mundo? eso...tampoco nadie lo
sabe.
Como todos sabemos
ningún sistema es perfecto y este tenía al menos dos fallos. El primero era el
siguiente ¿Qué hacer con el par de zapatos nuevos que le sobraban a Marga? la
cosa estaba clara “Aquí no se tira nada” así a que Berta que era la hermana que
seguía a Marga por edad le tocaban los zapatos que no usaba
Marga pero claro, estos zapatos eran de números diferentes y Berta tenía sus
propios pies los dos del mismo tamaño.
Berta a la que ya conocisteis en mi relato
“Los zapatos de Tomás” se pasó muchos años llevando los zapatos de números
diferentes con la complicación añadida
de que cuando todos crecían y heredaba de su hermana Marga los zapatos viejos que se le habían quedado
pequeños, Berta recibía un par de zapatos viejos iguales a los que ya tenía pero con los números cambiados , así que a Berta los años pares le apretaba el pie
izquierdo y los años impares el derecho.
El otro fallo llegó
cuando mi abuela decidió que sus hijos ya no crecerían más y a partir de ese momento dejó de actualizar la plantilla. Algunos de
sus hijos realmente ya no crecieron más
pero mi madre un día ya casada entró en una zapatería porque había una
liquidación muy buena y pidió un modelo que le había gustado en el número
treinta y seis. Como no había de su número la dependienta le dijo ¿porqué no se
prueba usted el treinta y siete que a lo mejor tiene suerte y le va bien? y mi
madre accedió porque eran unos zapatos que le encantaban. Se los probó y se dio
cuenta de que le iban como un guante ¡Que suerte tuvo! por fin se dio cuenta de
que calzaba un número más “ ¡Pero si yo creía que calzaba el treinta y seis de toda la vida y
resulta que calzo el treinta y siete!” mi padre asombrado le decía “ Chica ¿y no te
dabas cuenta de que te dolían los pies? a lo que mi madre contesto “ Es que yo
pensaba que los pies tenían que doler”
Bueno pues
así son las cosas en mi familia y así estamos todos
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