Estaba mi
abuela Isabel, que era la madre de mi madre, en Madrid el veintiuno de diciembre
cuidando a una de sus hijas que estaba en un hospital porque le habían operado
de un problema que tenía en un pie y salió a dar un paseo para despejarse un
poco.
La suerte le
llevó a la Plaza Del Sol y, de repente, se encontró por arte de magia en la
cola de Doña Manolita. “Pues ya que estoy aquí voy a comprar un número” y se
puso a la cola.
Como nunca había comprado lotería y no sabía como se hacía aquello pensó, “pues cuando le llegue el turno al de delante me fijo en él y hago lo mismo” y así lo hizo. El señor que iba delante dijo “un décimo” y, al llegar su turno, ella dijo “un décimo”. “Quinientas pesetas”, le dijo la lotera. Ella pagó y salió de la cola. Volvía ya para el hospital en sentido opuesto a la cola cuando empezó a pensar en que quinientas pesetas era mucho dinero y empezó a sentir remordimientos. Antes de llegar al final de la cola ya había tomado la decisión de devolver el décimo, solo le faltaba la excusa que le pondría a la vendedora cuando llegara su turno. Cuando le tocó ya tenía su historia preparada:
Como nunca había comprado lotería y no sabía como se hacía aquello pensó, “pues cuando le llegue el turno al de delante me fijo en él y hago lo mismo” y así lo hizo. El señor que iba delante dijo “un décimo” y, al llegar su turno, ella dijo “un décimo”. “Quinientas pesetas”, le dijo la lotera. Ella pagó y salió de la cola. Volvía ya para el hospital en sentido opuesto a la cola cuando empezó a pensar en que quinientas pesetas era mucho dinero y empezó a sentir remordimientos. Antes de llegar al final de la cola ya había tomado la decisión de devolver el décimo, solo le faltaba la excusa que le pondría a la vendedora cuando llegara su turno. Cuando le tocó ya tenía su historia preparada:
—Por favor, mire, acabo de comprar este
décimo y es que me he dado cuenta de que no llevaba más dinero. No soy de aquí
y tengo que coger un taxi.
—No se preocupe, señora, tenga su dinero.
Mi abuela
volvió con su hija al hospital y allí durmieron las dos juntas. Al día
siguiente era el sorteo de Navidad que madre e hija seguían por la televisión
de monedas. El Gordo cayó en Madrid y, como tantas otras veces, en “Doña
Manolita”, a la que un reportero entrevistaba por la tele.
—Doña Manolita, enhorabuena de nuevo. ¿Qué
se siente al repartir tantas veces tanta ilusión y tanto dinero?
—Mucha satisfacción, hijo. Y mucha alegría.
—¿Alguna anécdota este año?
—Pues sí, hubo una señora que devolvió un
décimo del Gordo porque se había quedado sin dinero para un taxi.
De cómo mi
abuela y mi tía se quedaron cuando vieron esto en la tele no sé nada. Parece
mentira cómo algunas personas van regateando su buena suerte durante décadas
.En realidad es algo así, como diría mi padre: “Hijo mío, a cada uno le sucede
lo que se le asemeja”.
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