Se habla constantemente de la felicidad pero no de la infelicidad, a pesar de que de la primera apenas sabemos nada y de que la segunda nos llega a menudo a diario por múltiples causas.
Quizá sea difícil obtener una felicidad duradera, pero sí que podríamos reducir la infelicidad, si no en las cosas grandes al menos en las pequeñas; solo haría falta un poco de atención, otro de amabilidad y un poco más de buena educación, para al menos quitar del medio los pequeños roces cotidianos que tantas y tantas veces nos disgustan.
De esto, además, se deduce que hablamos más de lo que deseamos que de lo que vivimos y nos atañe, y que además podemos cambiar. Preferimos, eso está claro, desear a hacer.