—¿Tienen toricos y mulejas?
—Disculpe señor, pero ¿cómo dice?— le he contestado.
—Ya se lo explico, ya. Mire, es que yo hago
miniaturas de aperos de labranza y claro, ahora necesito los toricos y las
mulejas para ponérselos.
—Pues tengo un toro, pero no creo que le
valga porque claro, buscarle a usted un torico y una muleja a medida de los
aperos de labranza que usted fabrica es muy difícil.
Le enseño el torico.
—Vaya— dice el señor, —es que
es muy pequeño.
—Claro, ya se lo decía yo. ¿Me permite una
sugerencia, señor?
—Bueno.
—Mire, ¿no le saldría mejor buscar primero
el torico y la muleja y después hacerles los aperos a medida?
—Pues joven, no le digo a usted que no, pero
es que claro, usted no sabe cómo ha cambiado el mundo. Antes el mundo estaba
lleno de toricos y mulejas. Mirara usted donde mirara allí había un torico o
una muleja o uno de cada, o varios, o muchos. Antes el mundo era muy bonito.
Ahora ya nada es como antes; busco y busco y no encuentro por ninguna parte.
Me despido del señor
no sin antes recomendarle que se pase por las tiendas de recuerdos de la plaza
del Pilar. A ver si hay suerte.
Luego pienso que, en
realidad, todos andamos un poco perdidos como este señor, buscando algo que
llevamos metido en la cabeza sin encontrarlo.
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