Hacía mucho
que no me encontraba con una señora de las mías. En este caso era una abuelita
benefactora. Tenía un aspecto entre la abuelita Paz y Yoda y andaba encorvada
encorvada, ayudándose de la pared y de un bastón.
Esa mañana me
disponía a abrir la persiana y se me escapó el perno del que estaba tirando y,
además de hacerme daño, la reja se quedó a medio subir.