La madre de mi padre, cuando cumplió noventa y dos años dijo con aquella voz tan fina que tenía:
—Noventa y dos años y todavía por aquí, ¡qué vergüenza!
Como si estuviera ocupando un lugar que no le correspondiera o estuviera quitándole el sitio a alguien o algo así.
viernes, 26 de julio de 2013
lunes, 22 de julio de 2013
Josele
josele
Josele era un gran amigo de mi padre y también mi padrino.
Josele nombró albacéa a mi padre que una
vez me dijo, una vez fallecido su amigo, que menos mal que cuando pasó todo sus
hijos Julio y Mercedes ya eran mayores porque mi padre nunca le han gustado
estas cosas.Yo le quería mucho era una persona estupenda muy cariñoso y alegre.
sábado, 20 de julio de 2013
Berta
Mi tía Berta es hermana de mi madre y además mi madrina. A veces,
aunque la quiero mucho, no alcanzo a entender cómo mis padres pensaron que si a
ellos les pasaba algo Berta sería la persona más adecuada para cuidarme, aunque
si lo pienso bien la verdad es que ella se ocupó de mí muchas veces y muy bien.
Por ejemplo cuando estuve en casa enfermo varios meses y acababa de tener a su
única hija, Inés, ella fue la que me cuidó durante mi convalecencia, lo que
siempre le agradeceré.
miércoles, 10 de julio de 2013
Depresión
Lo peor de la depresión es que solo la entiende el que la ha
pasado o quien ha tenido a alguien cerca sufriéndola.
Recuerdo al
principio, cuando estaba todavía sin diagnosticar. Fui al centro de salud, al
servicio de urgencias de la tarde, porque tenía mucha ansiedad. Yo, pobrecico
mío, quería que me recetaran Dogmatil, que es un medicamento que en realidad es
para los mareos y los vértigos y que había tomado alguna vez cuando estaba muy
nervioso de niño. Un medicamento que se puede comprar sin receta, pero eso lo
supe después.
martes, 9 de julio de 2013
Clases de guitarra.
Cuando decidí por fin intentar ser músico mi padre, que me había enseñado los rudimentos básicos de la guitarra, me llevó a clases particulares con el profesor P.
P. era un gran guitarrista y una gran persona, pero no logré aprender nada de él
sábado, 6 de julio de 2013
la llave
La Llave
Los últimos
meses que pasamos en Casa Lac fueron muy intensos. Mi hermana Elena estaba
embarazada de su primer hijo, la abuela Pilar estaba muy enferma, Pili —la persona que ayudaba mi madre en la
cocina y que era ya de la familia después de tantos años— estaba de baja con la rodilla hecha polvo, todos estábamos
agotados porque faltaba personal y a todo esto se sumaba la posibilidad de
“vender” el negocio y las negociaciones nos tenían a mis padres a mi hermana y
a mí algo alterados.
El restaurante
ocupaba la planta calle y el primer piso y, en el rellano del tercero, había
una puerta por la que se accedía a nuestra casa. Justo al lado de la puerta
había una pequeña mesa con unas faldas y, colgando de esa mesa, estaba la llave
de la puerta. Desde el principio yo protesté mucho. Mi madre quería que la
llave estuviera allí, era más cómodo porque todos subíamos y bajábamos muchas
veces al día y era normal dejarse la llave arriba o abajo. Yo le decía a mi
madre que si viviera en la casa de al lado llevaría la llave encima como todo
el mundo y nunca se le olvidaría, pero a pesar de mis quejas y del riesgo que
suponía la cantidad de gente que subía hasta ese rellano, puesto que el baño de
caballeros estaba en al lado de la puerta y de la cantidad de personas a las
que a lo largo de los años se les había dicho “por comodidad” dónde estaba la
llave, la llave siguió allí de principio a fin.
Cuando se
abría con esa llave además había que acordarse de que al otro lado de la puerta
la mayoría de las veces estaba nuestro gato Cosme dispuesto a escaparse hacia
las cocinas. Muchas mañanas me tocaba comenzar el día persiguiendo al felino
por los dos sótanos y las dos plantas de restaurante que además estaban unidas
entre sí por multitud de puertas y escaleras que estaban ocultas al público. Esto
había que hacerlo antes de abrir el bar para que Cosme no se largara a la
calle. Que Cosme no se escapara tenía su aquel, porque eran muchos años ya de
jugar al gato y al ratón. Cuando se quería subir a casa había que llevar una
bolsa. Abrías la puerta con una mano y con la otra sujetabas la bolsa a la
altura de los pies y de Cosme. El gato retrocedía porque no veía la salida y tú
entrabas y cerrabas la puerta. Para bajar, como el felino se pegaba como una
lapa a la puerta para salir disparado en cuanto se abriera una rendija, había
que coger a Cosme y depositarlo en la barandilla de la escalera. No sabemos por
qué, pero desde allí no intentaba escaparse.
La culpable de
estas escapadas mañaneras era Carmen, la señora de la limpieza, a la que todos
los días se le escapaba el gato. Aquella mujer es sin duda alguna la persona
más bruta que he conocido en mi vida. Nos sometía a mi hermana y a mí a unos
interrogatorios absurdos e impropios de nuestra edad y nos decía a veces cosas
terribles. Una vez me pregunto:
—Oye chico, chico, ¿tú fumas?
—Pues no, no fumo.
—No querría tener yo un hijo como tú, que
fuma.
—Oiga, que yo no he fumado en mi vida.
—Claro, así huele todo.
La señora no
tenía en cuenta que vivíamos encima de un bar.
—Bueno, Carmen, si usted quiere fumo, pero
vamos a dejarlo.
—Muy bien, si fumas lo dejamos.
Como ya estaba
harto de perseguir a Cosme todas las mañanas y de que Carmen no tuviera cuidado,
utilizando su propio lenguaje un día le dije:
—Oiga, Carmen, ¿sabe qué le digo? Que el
gato ese es más listo que usted.
—¡Anda con el tío este! ¿No te jode?
—Bueno, Carmen, no se lo tome a mal. Usted
dirá lo que quiera pero el gato todos los días le gana la partida.
La cosa tuvo
su efecto y a Carmen nunca más se le volvió a escapar Cosme.
Andábamos como
digo muy ajetreados y un buen día Carmen no pudo subir a limpiar la casa porque
la llave había desaparecido. Saltó la alarma general, buscamos por los alrededores
por si se había caído, preguntamos a todas las trabajadoras aunque sabíamos que
no habían sido ellas porque eran amigas de plena confianza.
Nos reunimos
para pensar. La llave había desaparecido por la noche, porque todos habíamos
entrado a casa con ella. ¿Quién había sido el último? Había sido yo y la había
dejado donde siempre. ¿Podía ser que alguien se la hubiera llevado para entrar
otro día? Aquello era aterrador, pero no tenía sentido. Al llevarse la llave el
posible ladrón levantaba la liebre y, sin embargo, dejándola en su sitio se
aseguraba la entrada.
Llevábamos ya varios
días dándole vueltas al asunto de la llave sin encontrar la solución a su
misteriosa desaparición y, al tercer día, cuando estábamos comiendo, en mitad
de la comida mi padre se levantó y, sin decir palabra, comenzó a subir las
escaleras. A los tres minutos bajó, se paró unos cuantos escalones antes de
llegar adonde estábamos comiendo y, levantando el brazo, nos enseñó la llave.
—¡Anda! ¿Dónde estaba?— Preguntó mi hermana.
—Pues es que me acabo de acordar de que el otro
día tuve un sueño. Había un peligro que acechaba y yo no sabía de dónde venía.
Yo quería proteger a mi familia y pensaba en mi sueño que la puerta estaba
abierta. Ahora comiendo he pensado, “¿y si me levanté yo sonámbulo y cogí la
llave?”. Y he ido a mi mesilla y allí estaba.
—Hace mucho que no te levantabas sonámbulo,
Ricardo— dijo mi madre.
Era verdad, yo
ni siquiera me acordaba de que mi padre es sonámbulo.
Hace unos días,
cuando le pregunté a mi padre si le importaba que contara esta historia, a lo
cual, como se ve, accedió encantado, me dijo:
—¿Sabes lo más curioso? Los sonámbulos se
comportan, cuando están en estado de sonambulismo, igual que se comportan en la
vida real, así que estoy seguro de que para abrir la puerta que colgaba al otro
lado tuve que coger a Cosme y ponerlo en la barandilla, porque no se escapó.
—Pues es verdad, Papá, no se escapó el gato.
—¿Cómo puedo no acordarme, verdad? Qué
cosas.
—Sí, Papá, qué cosicas tenemos en esta
familia.
viernes, 28 de junio de 2013
El amor desperdiciado
Todo el mundo tiene al menos una historia de amor desperdiciado esto es una historia de amor correspondido que no llega a materializarse por razones inexpicables o por un cúmulo de despropósitos o simplemente por nada de nada.
La mía no sucedió en los tres cursos del bachillerato. En aquella época todo el mundo va de flor en flor enamorándose y desenamorándose en una suerte de polienamoramiento sucesivo pero entre cualquiera de estos enamoramientos y el siguiente siempre estaba ella, ella tenía algo especial.
La mía no sucedió en los tres cursos del bachillerato. En aquella época todo el mundo va de flor en flor enamorándose y desenamorándose en una suerte de polienamoramiento sucesivo pero entre cualquiera de estos enamoramientos y el siguiente siempre estaba ella, ella tenía algo especial.
lunes, 24 de junio de 2013
"El Canales" o el servicio de cenas más duro de la historia.
Cuando alguien
nos pregunta a cualquiera de los que trabajamos en Casa Lac aquella época cuál
fue la peor noche o el peor servicio que tuvimos en los dieciocho años que
pasamos allí, todos respondemos lo mismo: “La noche del Canales”. Y cuando lo
decimos sin darnos cuenta nos quedamos algo lívidos.
Un día, como a
las cuatro y media, se presentó en el bar —que
estaba abierto porque estábamos en las fiestas del Pilar— un tipo de estos que en el argot del espectáculo se denomina
“manager de carretera” y me dijo:
—Mire, esta noche se estrena en el Teatro
Principal el espectáculo de la gira mundial de Antonio Canales el bailaor y
claro, cuando acabe el estreno tengo que dar de cenar a cincuenta personas y no
tengo dónde meterlos. Tenemos un presupuesto de 1.500 pesetas por persona y
vendríamos como a la una de la madrugada.
viernes, 21 de junio de 2013
Zapatos
Mi abuela materna
Isabel era una persona muy peculiar. Todos la queríamos mucho a pesar de su
carácter algo voluble.
Tenía siete hijos y
como le era algo complicado acordarse de la talla de pies que calzaba cada uno
ideó un sistema casi infalible para acertar siempre.
jueves, 20 de junio de 2013
Coma
Aquella Semana
Santa la pasé en Grañén. Bueno, en una casa de campo que mi abuela tenía cerca
de allí. Estaba la casa en mitad del campo, a dos kilómetros del pueblo más
cercano y, en aquella ocasión, estábamos allí mi hermana Elena, mis primas Ana
e Isabel (que son hermanas) y mi tío
Diego y mi tía Berta, que también son hermanos.
Un buen día
mis primas y mi hermana se fueron a una paridera cercana donde hasta hace unas
semanas había habido ovejas y volvieron llenas de pulgas (yo no recuerdo por qué
no fui con ellas).
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