martes, 9 de julio de 2013

Clases de guitarra.

                 Cuando decidí por fin intentar ser músico mi padre, que me había enseñado los rudimentos básicos de la guitarra, me llevó a clases particulares con el profesor P.
P. era un gran guitarrista y una gran persona, pero no logré aprender nada de él
no porque no fuera bueno, sino porque lo que me proponía era enseñarme a tocar la guitarra clásica con exámenes y todo.
Cuando le pedí a aquel profesor que me enseñara “Yesterday” no supo tocarla “de oído”, le faltaba un acorde y no sabía cuál era. El problema era que ese acorde, según la armonía clásica, no debería haber estado allí. No era culpa suya, era culpa de su formación. Tampoco muchos músicos de música popular saben leer música, cosa que a los músicos de clásica les horroriza.
Por medio de mi amigo Fernando Yanguas fui a parar en casa de un tipo que daba clases de guitarra moderna en su casa del barrio de Las Fuentes. Se llamaba J. y daba las clases en bata y zapatillas. Allí empecé a aprender de verdad. Él había tocado en orquestas y andaba jodido porque en un accidente de tráfico volviendo de un bolo habían muerto dos de sus compañeras de orquesta.
Todos los profesores de guitarra hablan mucho y se aprenden con ellos muchas cosas que no son música, porque hace falta saber muchas cosas que no tienen que ver directamente con la música para poder tocar y J. me contaba cosas muy graciosas. Era un rebelde muy elegante.
Decía que una vez llegaron dos testigos de Jehová a su casa y él los invitó a pasar muy amablemente y les ofreció güisqui: “Como ellos no pueden beber pues allí que me sacudí tres copazos con un par y les hice perder un ratico el tiempo. No se pueden quejar, yo les hice perder un par de horas y ellos querían hacerme perder la vida entera”.
Otra vez, después de una clase, nos pusimos a hablar del cierre de Gillette. Yo le dije que el Ministro de Industria había dicho algo así como que “los españoles ya sabían qué maquinillas no había que comprar” y él me dijo: “¿Que ha dicho un ministro que no compres algo? ¡Compra, compra! Quique, tú siempre lo contrario. Da igual quien gobierne”.
Qué razón tenía y cuánta paciencia. Muchas veces, avergonzado por no tener dinero para pagarle, llegaba con la guitarra hasta su puerta y me iba llamándole en el último momento desde una cabina cercana para anular la clase. Otras veces hacía lo mismo y la vergüenza era por no haber estudiado.
Bueno, cuando yo comencé a dar clases particulares los alumnos me hacían las mismas cosas y yo me acordaba del pobre J. y le daba también gracias por haberme enseñado a tolerar a la gente como yo.
Yo, por cierto, también hablaba mucho en las clases, pero cuando acababan las clases seguía hablando hasta la siguiente.

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