domingo, 15 de noviembre de 2020

En la consulta del cirujano

 Acudo con mi anciano padre a la consulta del cirujano, le han quitado un carcinoma de un pie y tiene una herida bastante grande, que ya se está secando y curándose bien. Ya nos dijeron los médicos que se había cogido a tiempo, así que aunque hoy nos van a dar el resultado del análisis del tumor, estamos tranquilos charlando un poco en la sala de espera.

En cierto momento ambos dejamos de hablar y entonces levanto la cabeza para mirar al personal. Veo parejas muy dispares que se acompañan, en algunas no se sabe muy bien quién podría ser el enfermo y quién el acompañante, en otras, como en la mía, en la que uno de los dos es muy mayor y va en silla de ruedas, la cosa está más clara.

Entre todas estas personas llama mi atención una chica joven, lo es tanto como para seguir la moda de no llevar calcetines, aunque ya debe rondar más los treinta años que los veinte. Esta muy morena, muy delgada, y no deja de removerse angustiosamente en su asiento, pienso que está allí para lo mismo que nosotros, que espera sola un resultado que puede cambiar su vida para siempre, y siento entonces una afilada y rápida punzada bajo el pulmón izquierdo.

Cuando esta pasa dirijo mi mirada a la sala y la recorro de nuevo, y aunque sé que nadie es de piedra, me da la sensación de que cada cual está en lo suyo, de que nadie es capaz de ponerse en la piel de los demás, unos porque con su propia piel ya tienen bastante, y otros por desinterés y por pura insensibilidad hacia el prójimo.

No es que yo crea que en esta espera tuviera que haber una catarsis de humanidad, en la que todos contasen sus problemas a los demás, y se abrazaran prometiéndose amistad eterna.

 Sólo pienso que todas esas personas, después de la cita, cuando se vayan a casa, seguirán siendo allí los mismos que en estos asientos, que  irán de un lado a otro a comportarse como aquí lo hacen, con sus hermanos, con sus hijos, con sus parejas, con sus compañeros de trabajo, y que serán con ellos también personas abrumadas, distantes, e insensibles, creo que esa esta falta de ceguera para con el prójimo es la que ha arruinado la convivencia entre nosotros desde el principio de los tiempos, y pienso también que esto no habrá nunca quien sepa cómo arreglarlo, porque simplemente no somos capaces de semejante cosa.

Por fin nos llaman para nuestra cita y pasamos a la consulta. El cirujano nos confirma los buenos resultados, así que empujo de nuevo la silla de ruedas de mi padre, salimos de la consulta y bajamos a la calle para esperar allí la ambulancia que nos dejará en casa, donde volveremos a ser otra vez seres abrumados, distantes e insensibles, como todos los demás seres humanos que han pasado por el mundo, y como todos los que pasarán por él..   

No hay comentarios:

Publicar un comentario