jueves, 6 de diciembre de 2018

Historias de camareros 19 "El camarero cuántico"

Hoy tenemos a comer un grupo de 40  personas mayores, a las que traen, después de llevarlos de aquí para allá toda la mañana por la ciudad, así que los pobres tienen más hambre que Dios talento.
Los hemos puesto en una mesa grande y cuando comienzo a servirles los primeros, de cuatro en cuatro, se desata la gincana. Antes de que algunos de los platos toquen siquiera la mesa noto un golpe agudo y seco dentro ellos, no puedo creer que sea la cuchara chocando con el fondo del plato, todos van empezando a comer según les sirvo ¡ madre mía, pienso, ya ha empezado, ya ha empezado!
- Más pan, dice una señora mientras pienso ¿Es posible que se hayan comido todo el pan de la la panera antes de empezar Dios mío? Así que voy a por el pan, lo llevo a la mesa,  voy a por otros cuatro platos, y cuando llego oigo:
- Más sal.
- Ahora mismo, y entretanto por el rabillo del ojo veo como dos ancianos se disputan uno de los saleros que hemos dispuesto en la mesa.
Voy a por la sal, la llevo y vuelvo a la cocina a por otros cuatro platos, cuando los llevo una señora me dice:
- Yo no tomo caldereta de primero, a mi me tiene que traer una ensalada, ya lo saben en la cocina.
-Muy bien señora, ahora la sacamos, le digo, y en eso estoy cuando oigo ¡Por aquí vino blanco!
- Ahora va el vino blanco, balbuceo, mientras pienso que sólo he conseguido llevar a la mesa doce platos de los cuarenta. Llevo la ensalada,  el vino blanco y observo que en la cabecera del fondo de la mesa un señor grande con una chaqueta verde de anciano, me mira con una mezcla de desesperación y ansiedad y con una expresión de hambruna de naufrago cuyos ojillos gritan en silencio ¡Aquí, aquí, socorro, auxilio !
Así que cambio de táctica y cada vez que voy a la mesa y alguien me pide algo le digo:
- En cuanto terminemos de sacar los platos de todos le traigo el aceite, o más pan ( o lo que sea que pidan) que si no ese señor del fondo se va a enfadar conmigo, que lo tenemos allí desabastecido al pobre. Todos parecen entenderlo cuando se dan cuenta de que hay más gente en el mundo e incluso en la mesa.
Por suerte en ese momento recibo la ayuda de Rosa, que estaba en el otro comedor, y ha podido escaparse un momento para echarme una mano. Por fin vamos acabando de servir los primeros, esta vez a buen ritmo, cuando una señora le dice a Rosa:
- Una cuchara, una cuchara, una cuchara, una cuchara, una cuchara, una cuchara una cuchara, una cuchara.. Al principio pienso que es una de esas absurdas señales de llamada de un móvil que alguien no oye y que tanta rabia dan, luego la voz se hace tan insistente y crece tanto en volumen, que creo que estoy enloqueciendo y me voy al almacén intentando escapar de los primeros síntomas de alguna grave enfermedad mental, pero al llegar al almacén, me doy cuenta de que la voz se oye a menor volumen, con lo que descarto que esté en mi cabeza. Aliviado por esta constatación, salgo de mi escondite y veo a  Rosa  que corre a por la cuchara y que la trae corriendo. La señora no se calla hasta que tiene la cuchara dentro de la dentadura postiza.
Una vez que todos están comiendo se apodera de la sala un silencio absoluto, una paz indescriptible. Todo comienza a ir de maravilla hasta el final del almuerzo.
Los señores se marchan muy contentos y el señor de la chaqueta de anciano se dirige a mi para despedirse
- Muchas gracias, estaba todo muy bueno
- Me alegro mucho señor
- Aunque al principio ha andado usted un poco azacanado
- Es verdad, le digo y le lanzo mi discurso sobre Cristo, que en tantas ocasiones me sirve para explicarme, diciendo:  pero fíjese señor si hizo milagros Nuestro Señor Jesucristo, caminó sobre las aguas, multiplicó los peces y los panes, convirtió el agua en vino, resucitó a Lázaro, e incluso resucitó Él mismo, pero eso de estar en dos sitios a la vez eso, no lo hizo, hubiera podido si hubiera querido porque al fin y al cabo era Dios, pero no lo consideró importante este milagro. Entonces si Jesucristo no lo hizo figúrese yo que sólo soy un camarero.
-  Hombre, me contesta, pero usted estaba aquí.
- Sí, pero estar aquí y al final de la mesa a la vez es estar en dos sitios a la vez, aunque estén cerca, eso no me lo puede negar.
- Pues tiene usted razón, dice riéndose.
 Y poco a poco se van marchando con el espíritu y el estómago contentos.
Yo voy recogiendo y constato, de nuevo, que para gran desilusión de jefes y de clientes el camarero cuántico no existe.


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