lunes, 12 de junio de 2017

Las comentaristas




Aquella mañana de domingo las dos ancianas hermanas, de punta en blanco,  recorrían las dos calles que separaban la Basílica de Santa Engracia de su casa. Habían salido con tiempo, caminaban despacio, era mañana de boda y había que coger sitio.

 La iglesia contaba con suelos de mármol y con un Cristo que colgaba de dos cadenas,  que a su vez colgaban de un gran anillo dorado de un metro de diámetro del que de nuevo salían dos cadenas que iban a parar, por fin,  a los muros laterales de la iglesia.

Se contaba que aquel anillo era de oro macizo y que había sido fundido con las donaciones de joyas de las feligresas.

Mientras las dos ancianas buscaban los mejores  asientos para contemplar la primera boda del año, el joven cura y su monaguillo,  apuraban los últimos restos del vino de consagrar del mes y el sacerdote daba orden a su subordinado de acercarse a por otros cinco litros de vino al supermercado de El corte Inglés. Una vez provistos de nuevo de vino guardaron el necesario para los oficios del día y prosiguieron sus libaciones y comenzaron a vestirse.

 Los invitados de las familias del novio y de la novia, que también habían acudido a pie, dada la cercanía de sus residencias,  se agolpaban en la puerta de la basílica y se saludaban con sonoros besos que no llegaban a tocar sus mejillas,  para adentrarse  después en el templo, los hombres de chaqué, las mujeres de traje chaqueta corto y claro.

Las dos hermanas ya en el interior, desde hacía veinte minutos, comentaban el pase de modelos con gestos de aprobación o de disgusto según sus propios criterios

-Ese vestido se lo vi a la Preisler el otro día en el Hola, decía una
- Ya decía yo que me sonaba, pero a esta le han ajustado el talle. Mucho arreglo ha necesitado, claro, no todas estamos  hechas para Armani.

 Entre dimes y diretes la boda había ido avanzando según lo planeado, el joven cura acababa de declarar a los novios marido y mujer, cuando se desplomó como un bolo, golpeando el suelo con un ruido seco de madera noble al que siguieron diferentes expresiones de susto y alarma. También hubo quien ante la seriedad del momento no pudo reprimir una o dos sonoras carcajadas.

Los recién casados fueron los primeros en socorrer al prelado.

- Huele a vino que mata, le susurró el novio a la novia.
- ¡Un golpe de calor, un golpe de calor! ¡Un médico, un médico! gritó entonces ella.

Por supuesto había varios doctores en la iglesia, uno de ellos con el aire resuelto de quien ha salvado ya no pocas vidas, se acercó al altar.

- No se preocupen señores, está fuera de peligro, dijo en voz alta el médico, tras oler al cura y realizar unas simples pero al parecer efectivas comprobaciones. Hecho esto se incorporó para llamar a una ambulancia.

Las señoras de las primeras filas se acercaron a los recién casados y estos comenzaron a recibir las primeras felicitaciones, mientras, los sanitarios y el monaguillo, sacaban en camilla al sacerdote por la puerta de la sacristía.

Nuestras dos ancianas, acabada la boda deshacían el camino de vuelta  a su casa

- ¡Un golpe de calor un golpe de calor! dijo una de ellas con aire sarcástico.
- jejeje  rió la otra,  no se lo ha creído ni ella
- Excusatio non petita... dijo la primera
-  Acusatio manifesta,  remató la segunda.


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