Todas esas cosas pequeñas, insignificantes, cotidianas, que me ocurren y que me gustaría contarle a alguien, como que he visto una casa para pájaros colgando de un balcón, y he imaginado al niño que la colocó allí saliendo cada mañana ilusionado, esperando que anide en ella una familia de gorriones, que he escuchado hace poco un blues que estaba lleno de vanidad y no de tristeza, que no tengo casa pero que mi casa son los libros, que no sabemos nada porque no conocemos la muerte, que aquella notificación de hacienda al final no era nada, que vuelvo a tener en el pie derecho otra vez una metatarsalgia, y al fin que todo esto mío nadie no lo ve, nadie lo oye.
Todas estas cosas pequeñas, insignificante, cotidianas, al no poder ser dichas se van convirtiendo en secretos, en secretos obligados a serlo, y al ir acumulándose en el interior de uno, hacen que uno tenga una vida llena de secretos pequeños, una vida pequeña, secreta, pequeña.
Te vas convirtiendo en un secretario,
ResponderEliminarDe secretos.
Gracias por tu palabra
Y tus pequeñas profundidades. Magnífico lo sutil. Lo cotidiano es en verdad sublime.
Muchas gracias a ti Laura, y un abrazo.
EliminarDe lo que más me alegro es de lo de hacienda ! Qué miedo ! Menos mal !
ResponderEliminarEso fue sensacional, ya lo creo, y da gusto poder compartirlo con alguien, aunque sea a través de un escrito.
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