sábado, 26 de diciembre de 2020

Historias de camareros volumen II (92- 97)


Historias de camareros 92 "El segundo"

—Buenas, señores —le digo a una pareja de señores mayores—. De primero tenemos… y, de segundo, conejo al horno, parrillada de carnes, merluza al orio...

—Yo de segundo una merluza al orio pero sin ajo —elige ella.

—Pues yo una parrillada pero de pescado.

Ante algo así, ¿qué puede uno hacer o decir?

Queridos todos: Bienaventurados los camareros que trabajan en terrazas porque ellos pueden arrojarse bajo los autobuses o bajo el tranvía.


Historias de camareros 93 "¿Por qué?"

—Y de postre tenemos: tarta San Marcos, melón, helado de chocolate y vainilla, natillas con o sin canela pero sin galleta y tiramisú.

—Yo, flan —dice la señora.

—Yo, medio melón —dice su compañera.

Y yo vuelvo a preguntarme: ¿Es esto posible? Y si lo es, ¿por qué ?, ¿eh, por qué?


Historias de camareros 94 "Las medias jarras"

—Buenas noches.

—Buenas noches, dígame.

—¿Sería usted tan amable de ponerme una jarra de cerveza pero media de Radler y media normal?

—Por supuesto que sería tan amable, y no sólo eso, además se la voy a poner en una jarra helada.

—No me diga, muchas gracias.

—No hay de qué —le contesto al señor mientras pienso en lo fácil que es tratar bien a la gente educada y amable.

Le sirvo su jarra helada mitad Radler y mitad normal, y el señor se la bebe tan a gusto. Al rato se me acerca y me dice:

—Oiga, oiga, ¿me podría poner la media jarra de Radler y la media de cerveza normal que me debe? Es que antes me ha puesto sólo dos mitades de cada.

Los dos nos reímos y le contesto que tiene toda la razón. ¿Cómo iba un camarero honesto a escamotearle sus dos medias jarras de cerveza?

En fin, hay días que da gusto verlos.

Queridos amigos: sed amables, es decir, susceptibles de ser amados, y aunque seáis raricos, los camareros os trataremos bien.

Un abrazo y salud.


Historias de camareros 95 "Chistando"

Andaba yo con Rosa hace ya un tiempo dando los menús del mediodía, con el comedor completo cuando oímos un "scht, scht, scht, scht".

—¿Lo has oído? —dijo Rosa.

—Por supuesto, no sé de dónde viene, pero da igual, porque no voy a hacer ni caso.

—Toma, ni yo, ya se puede desgañitar quien sea.

El caso es que en el comedor había un grupo de cinco militares jóvenes, que suelen ser muy educados, una familia formada por un matrimonio con dos hijos, que eran habituales, una señora mayor, también clienta que esperaba a su hijo y un sinfín de mesas de dos que bajaban a diario a comer de sus respectivas oficinas, así que no nos podíamos imaginar quién podría ser el maleducado de ese servicio, pero, como hacemos siempre, continuamos sin prestar la menor atención y se nos olvidó el asunto.

Al rato fui a la mesa de la señora que me llamaba con la mano y me dijo:

—Oiga, llevo mucho rato llamándole.

—Pues lo siento, no la he oído, dígame.

—Es que yo esta agua que me ha traído no la puedo beber.

—¿Qué le pasa, está muy fría? ¿Se la traigo del tiempo?

—No, no, es que tiene mucho calcio.

Madre mía, esta señora confunde la cal con el calcio, pensé, mejor no digo nada, y decidí seguirle la corriente.

—Pues es la que tenemos desde hace años, la ha bebido usted muchas veces. ¿Qué hacemos entonces?

—Tráigame un tinto de verano.

—¿Con gaseosa o con limón?

—Con limón.

—Perfecto, ahora se lo traigo.

Y me marché a ponerlo pensando en la buena idea que había tenido la señora, dejar de tomar "calcio" del agua embotellada para tomar tinto de verano, que es mucho más sano, dónde va a parar.

Poco a poco los comensales se fueron marchando: los oficinistas, los militares, la familieta y sólo quedó en el bar la señora con su hijo. Entonces lo oí claramente en el vacío del restaurante, era un nuevo “scht scht” que ya no podía provenir más que de la mesa de la señora; así que allí me fui.

—Claro —le dije a la señora—, ahora entiendo por qué antes pensaba usted que no le atendía. Es que antes —dije dirigiéndome a su hijo—, se ha enfadado la señora porque no venía yo a atenderla, pero es que yo eso no lo oigo, y si me vuelve a llamar así, pasará lo mismo cada vez, no lo oiré y no podré venir.

El hijo me miraba consternado por la situación y lleno de vergüenza y le explicaba a su madre que así no se llamaba a las personas. Ella hacía como que le oía, pero en su cara se esbozaba una sonrisilla contenida, como de triunfo, al saber que al final había logrado que atendiera a su asqueroso chasquido.

Que Dios me perdone pero cómo deseé en ese momento que un gato surgiera de la nada, saltando sobre su cabeza y llevándose entre sus dientes como presa su peluca.

Queridos amigos, ya sé que no lo hacéis nunca, pero si entre vuestros conocidos tenéis a alguien así, que chista a los camareros, explicadle, como hizo el hijo, que así no se llama a nadie, sobre todo si uno o una lleva peluca.


96 “Por fascículos”

Es la hora del almuerzo y empiezan a llegar manadicas de oficinistas con el tiempo justo para tomar algo a toda prisa, así que hay que atenderles a la velocidad del trueno.

A lo largo de muchos años de batirme el cobre en esta lid, he observado que las personas, como ya saben lo que van a tomar para beber, y a mitad de la mañana tienen más hambre que Dios talento, centran su atención, no en el camarero, que es el único que les puede dar lo que quieren, sino en la vitrina de los bocadillos. Se ven entonces grupos de señoras y de señores cuyos ojos van de un mini vegetal a uno de pechugas con salsa de mostaza, o de uno de longaniza de Fuentes con pimientos verdes a otro de jamón con tomate, como si estuvieran decidiendo si echarle los tejos a Nicole Kidman o a George Clooney o a Vanessa Paradis o a Johnny Depp, pero mientras miran no le dicen a este sufrido camarero nada de nada, y la cola comienza a crecer. Aquí es donde empieza mi lucha:

—A ver, señores —les digo—, ¿me van diciendo lo que van a tomar de beber, por favor? Así, cuando decidan el bocadillo, ya tendrán los cafés preparados.

En general la gente se organiza, colabora y te dice a través de un portavoz:

—Nosotros dos con leche, un cortado y un agua.

Y tú, entonces, en un viaje a la cafetera, preparas los tres cafés, y en otro, a la cámara, pones el agua. Cuando el grupo está muy organizado mientras pones los cafés, el portavoz te dice:

—Y dos de jamón, uno de tortilla si calentar y un vegetal.

Esto es maravilloso y gracias a estas personas que piden las ocho cosas que van a tomar en una o en dos veces, se puede atender a trescientas personas en menos de una hora y media. Los primeros beneficiados son ellos mismos, también el camarero, y por último los clientes que hacen cola detrás de ellos, a los que llega el turno en un pispás. Pero a veces, ay, a veces aparecen unos grupúsculos de señoricas (sí, suelen ser señoricas, si no, diría señoricos) con los que la operación es bien distinta. Comienza cuando aparece la manadica de, pongamos, cuatro señoras, y yo digo:

—A ver, señoras, por favor, ¿me dicen lo que van a tomar de beber?

—Yo, un cortado —dice mientras las demás callan esperando su turno, y mientras yo preparo un único cortado en el primero de mis cuatro más que posibles viajes a la cafetera—, y uno de jamón —termina mientras me da el dinero para que le cobre.

Una vez cobrado, intento explicar a las demás que es mejor que las tres restantes me digan los tres cafés a la vez.

—Es mejor y tardaré una tercera parte de tiempo en prepararlos.

—Anda —dice otra—, es que nosotras preferimos de una en una, además se tardará lo mismo, ¿no?

—Ya veo ya que prefieren de una en una pero, háganme caso, ya verán, ya —contesto.

—¿Usted qué quiere?

—Otro cortado.

—¿Y usted? —le pregunto a otra señora.

—También cortado.

—¿Y usted? —me dirijo a la última.

—Otro.

—Muy bien, ahora mientras los preparo vayan mirando los bocadillos. —Acabo los cafés en un pispás— Aquí tienen los tres cortados.

—Uy, qué rápido.

—Claro, para eso la cafetera tiene tres grupos, puedo preparar hasta seis cafés a la vez.

—Qué maravilla —dicen a una, y como todavía las veo indecisas con los minis, les digo:

—Los vegetales están recién hechos, muy buenos y muy ligeros.

—Pues ponga esos cuatro.

Los pongo y ellas me felicitan por haberles servido tan rápido.

—Es que si me piden todo a la vez puedo ponerlo todo a la vez, lo que querían hacer ustedes era como una venta por fascículos.

—Jajaja —se ríen al ver el despropósito de su anterior estrategia.

—En realidad, a mí me da igual de una forma u otra —prosigo—, y aunque a su manera trabajo cuatro veces más, no es por no trabajar, ¿saben?, es que es mejor hacerlo así. Piensen que si las personas que han venido antes que ustedes hubieran pedido de una en una, nunca les hubiera llegado el turno a ustedes.

Ellas vuelven a reírse y se marchan muy contentas con más tiempo para tomarse tranquilas el almuerzo.

Y así, diciendo las cosas de usted y con cierto gracejo, consigo que todos los días me pidan todas a la vez.

"El salero"

Hace pocos días estábamos Rosa y yo dando las comidas, el anciano de las costillas, que llevaba un arnés y un bastón y que invariablemente comía medio menú de costillas con melón de postre, todo un adicto, ya se había marchado, así que debían de ser las dos o las dos y media, porque el comedor se había ido llenando y en la  misma mesa que había usado el señor de las costillas estaba un señor más anciano todavía. Yo no me había dado cuenta pero Rosa, que se fija en todo, enseguida me lo dijo:

—Quique, Quique, mira al señor de la nueve, cada vez que paso le está echando sal a la comida.

—A ver a ver, anda, tiene el salero en una mano y le echa sal a cada bocado, joder, qué tío.

—A ver si le va a dar algo al hombre, joder, vaya adicción.

—Algo había oído de la adicción a la sal; tampoco lo había visto nunca, madre mía.

Anduvimos vigilando que no le pasara nada e incluso le ofrecimos más agua cuando se terminó la botella de litro y medio de agua reglamentaria, pero no quiso más, eso sí, cuando acabó la sal de un salero, a mitad del segundo plato no dudó en pedir otro.

—¿Tomará postre, señor? —dije al levantar el segundo.

—Un café solo.

 Y tras llevárselo, me dijo:

—Por favor, ¿podría traerme otro sobrecito de azúcar?

Vaya, pensé, he aquí otro politoxicómano, y le llevé un plato con diez azucarillos. Cuando levantamos la mesa no estaban ni los envases. ¿Se los habría metido en los bolsillos de la americana? ¿Se los habría ido echando en cada cucharadita llena de café? ¿Por qué hacía eso?

El mundo está lleno de ancianos viudos que se enganchan a la vida a través de cualquier droga.

Historias de camareros 97 "Mucha miga"

—Camarero.

—Dígame, señora.

—Yo querría el bocadillo solomillo fat, pero... ¿podría usted quitarle la miga al pan?

—No.

—Anda, ¿y por qué no puede quitarle la miga a mi bocadillo?

—Porque soy camarero y no debo tocar la comida con las manos.

—¿Y el cocinero?

—El cocinero está atendiendo a 48 personas aparte de usted, si cediera a cada cosa que le pidieran, no podría dar de comer a los clientes, tampoco a usted.

—¿Y el segundo de cocina?

—Tiene tanto trabajo como el cocinero. Mire. Le traeré una cuchara y se quita usted misma la miga, puesto que es tan importante para usted.

—¿Y si la quita su compañera, la otra camarera?

—Tiene muchas otras cosas que hacer. Señora, siento tener que dirigirme a usted en estos términos pero "No ES No".

—Pues también es verdad.

Le llevé la cuchara, sacó la miga, jugueteó con ella amasando una gran bola de miga y se la comió.

¿Que por qué hizo esto? Nadie lo sabe.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Buenas noches y salud, sobre todo salud mental.


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