sábado, 2 de enero de 2021

Historias de camareros volumen II (98-102)

 Historias de camareros 98 "Dios mío, también tomará café"

—Buenas, señores, ¿qué tal el postre?

—Muy bien.

—¿Tomarán café? —pregunté a la mesa de seis comensales.

—Yo, no.

—Ni yo.

—Nosotros dos tampoco.

—Tampoco yo —dijo el quinto.

—Pues yo, sí —apuntilló la señora que había tardado media hora en comer el primero, media hora en comer el segundo, y otra media en acabar el postre.

Ante este nuevo embate del destino, los cinco acompañantes de la señora pusieron los ojos en blanco, y cabecearon llenos de desesperación, los tenía a todos secuestrados. Ya los había observado yo, ya, desfallecer de aburrimiento y de hambre mientras contemplaban, con creciente odio, cómo la señora, que se había sentado a la cabecera de la mesa, comía una ganchadita, y dejaba la cuchara y luego el tenedor, para hablar, para hablar, para hablar.

—Están los de la mesa dos secuestrados —me dijo Rosa al verlos.

—Ya lo veo, ya —contesté—, pobre gente.

—Sí.

Así que allí estaba yo ante la señora que también quería tomar café.

—¿Qué café tomará?

—Café sin azúcar.

—Bien, pero ¿qué café?

—Café con leche —decía arrastrando las palabras.

—Muy bien, con leche sin azúcar.

—Pero descafeinado.

—Perfecto, descafeinado con leche sin azúcar.

—Pero sin azúcar, muy caliente, que queme.

—Sí, sí, muy bien, muy bien —decía yo mientras me iba alejando de la señora para evitar que siguiera diciéndome cosas y para no caer redondo como un bolo ante la pesantez de tan absurda conversación.

Cuando ya estuve en la cafetera, pensé, madre mía, qué espanto, vaya secuestro han tenido estos señores, y aún les queda el café. Conseguí deslizarle el café con leche a la señora desde un costado de la mesa, evitando entrar en su campo visual y abandoné a los cinco comensales a su suerte, pues ni yo ni nadie en este mundo ni en el otro, podía hacer nada por su salvación.

Ay, cuántas veces se ven estos secuestros en los bares, esto es asombroso y cruel, y yo me pregunto: ¿Qué lleva a un grupo de cinco comensales como este a exponerse, voluntariamente, a tal tormento? ¿Hacen estas personas penitencia ante el Altísimo? Y si es así: ¿Qué tremendos pecados ha cometido esta gente? ¿No es esta penitencia, en forma de semejante padecimiento atroz, una invitación al pecado mortal y al estrangulamiento en grupo? ¿Es que ya no se estrangula como antes? Y, sobre todo, ¿por qué tenía la señora que pedir el café sin azúcar, no le valía con no echarlo ella misma en la taza?

Secuestraditos del mundo, uníos; formad grupos de apoyo, como los de alcohólicos anónimos y, sobre todo, no nos traigáis a los bares a semejantes elementos. Los camareros luego tenemos pesadillas y tememos que los palizas se aprendan el camino y vuelvan a por nosotros.

Diosito, ayuda a los secuestraditos de mundo, amén.


Historias de camareros 99 "Los huevos fritos"

—Oiga, oiga, camarera —le dice el primer cliente a las nueve de la mañana a Rosa—. Si me tomo la oferta de huevos fritos con jamón, o con beicon o con morcilla, más bebida por cinco cincuenta, ¿me dan una botella entera de vino de la casa?

—Pues no, señor, con la oferta va una copa de vino o una caña o un refresco.

—¿Y cuánto me cobrarían entonces por la botella si cogiera esta oferta?

—Pues lo que vale la botella.

—¿Y si en vez de huevos con jamón los tomo con lomo?

—No tenemos lomo.

Y así se ha ido este espécimen del bar sin su botella de vino gratis. No sé lo que debe de pensar que vale una botella de vino en un súper, pero, vamos, que por cinco cincuenta podría comprar varias botellas o cinco briks de Don Simón. Qué manía tiene la gente de ir a negociar en mitad de todo el follón con los pobres camareros que no pueden cambiar los precios a su antojo.

En fin, qué diícas nos esperan.

Como dice a veces Rosa a voz en cuello en mitad del servicio, cuando se nos empiezan a comer por los pies los monguers: "Cristo, ten piedad, Señor, ten piedad".


Historias de camareros 100 "Agua"

—Muy bien, señora, entonces: ¿Le pongo el agua fría o del tiempo?

—Ni fu ni fa.

Y ni siquiera han empezado las fiestas del Pilar, así que, Diosito, por favor, por favor, llévame antes de que acabe el pregón.


Historias de camareros 101 "Dios los cría..."

—Buenas noches, ¿ya saben lo que van a tomar? —les pregunto a dos jovenzanas.

—Una pregunta —dice una—: ¿Me puedo pedir un bocadillo que me invente yo?

—No.

—Pues entonces un Teruel.

—¿Y usted?

—¿El bocadillo de calamares es así como dice aquí "Calamares con mayonesa y picante"?

—Se lo puedo asegurar, ¿ve?, aquí lo pone en la carta, lo pone así para que sea así, ¿ve?

—Es verdad, aquí lo pone en la carta.

—¿Lo quiere sin mayonesa o sin picante?

—No, no, si es que me parece estupendo que lleve mayonesa y picante.

—¿Lo apuntamos entonces?

—Sí, sí, apunte, apunte.

Y yo me voy a la cocina a cantar la comanda sin poder creer la conversación tan absurda que acabo de mantener, ya después de que haya acabado el pregón de las fiestas del Pilar. Y me pregunto: ¿Por qué Diosito no me concedería ayer la gracia de llevarme a su diestra antes de que acabara el pregón? ¿Es que el cielo está lleno de camareros y ya no le caben más? Y, si es así, ¿es que vamos a tener que acabar todos nuestros años de cotización todos los camareros del mundo, sin el consuelo de un posible fallecimiento súbito, al pie del cañón, en el desempeño de nuestras funciones? ¿No podemos los del gremio pensar "vale, me voy a trabajar otra vez, pero a lo mejor casco, y este es mi último día con el sacacorchos y el paño de secar vajilla"?

Y por último, querido Diosito, ¿de dónde te viene esa manía tuya de crearlos y después dejar que ellos se junten? ¿No sería suficiente con crearlos sin que se juntasen? Así, al menos, vendrían a los bares de uno en uno y no en manadas, los monguers.

Les cuento todo esto a las compañeras y les recuerdo lo que siempre les digo antes de que empiecen los pilares: "Chicas, ya lo sabéis, sobre todo, si me desmayo, no me reaniméis, me tapáis la cabecica con un trapico limpio y me dejáis allí hasta que se acabe el servicio".

Ellas se ríen y volvemos al trabajo.


102 “Halloween”

Siempre nos cuesta mucho a Rosa Alarcón y a mí en Halloween distinguir a los clientes del bar que vienen disfrazaos y a los que no, y hay que tener mucho cuidado porque imagínate que le pones una caña a un señor y le dices en plan de broma "Aquí está su caña, Don Drácula", y resulta que no va disfrazao, o que va disfrazao pero no va de Drácula, no sé qué es peor.

En fin, esta noche siempre es un sinvivir, así que me figuro que antes de las diez ya estaremos diciendo eso de: "Señor, ten piedad; Cristo, ten piedad", a ver si esta vez el Señor e incluso Cristo nos ayudan, que últimamente nos ponen muchas pruebas y luego nos abandonan a nuestra suerte.

Un abrazo y salud.



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