jueves, 3 de noviembre de 2016

Las bragas



Me casé el quince de septiembre de 2002 y el quince de febrero de 2003 ya estaba separado, fuera de aquella casa. Seis meses de infierno para el que no tengo palabras.

El padre de mi ex-mujer me abrazó cuando fui al abogado a cortar algunos flecos y me dijo:
Quique, como siento que todo esto haya acabado así.

Ella les había contado a sus padres lo que había pasado e incluso me pidió perdón. Le guardo tristeza pero no rencor.

Hay cosas que suceden por inexperiencia, por falta de auto conocimiénto. No considero aquello un error, yo actué como siempre, como dijo Shakespeare "Sigue el camino del corazón porque el que lo sigue nunca se equivoca" y eso hice. Aquello fue un numerazo, pero no un error.

Recuerdo sin embargo una anécdota que me da que pensar:

En pleno fragor de la batalla, un día al volver a nuestra todavía casa común, ella sacó mi ropa de trabajo de la bolsa en la que la traía y de dentro, de entre mi camisa y mi pantalón sacó unas bragas negras.

Yo estaba seguro de que no eran mías y ella aseguraba que tampoco eran suyas. Desde luego no tenían nada que ver conmigo. Aun así pregunté a mis compañeras de trabajo, que estaban al tanto de mi angustiosa situación, porque eran además de compañeras buenas amigas, si aquella prenda interior podía ser suya y si de alguna inverosímil manera podía haber llegado a mi bolsa. Todas dijeron que no, también me dijeron que nadie del trabajo podía haber metido las bragas en mi bolsa, porque yo la guardaba en un lugar que yo mismo tenía a la vista durante toda la jornada laboral, además ellas se cambiaban en otro piso del negocio.

La explicación sólo podía ser, en mi opinión  una, que mi ex, tan angustiada como yo, había buscado una salida para su sufrimiento, esto no era fácil, puesto que ella no tenía nada que reprocharme, así que pudo pensar que poniendo las bragas en mi bolsa y luego sacándola ella misma, cosa que además nunca hacía, podía encontrar una salida.

Aquella discusión sin sentido se disolvió entre otras muchas, también provocadas sin motivo alguno.
En esos meses aprendí lo que es la angustia y el miedo a perder los nervios y lo que es capaz de hacer el ser humano cuando sufre tanto que sólo puede destruir lo que ama.

Aprendí también como una persona puede llegar a traicionarse a si misma para poder salir de una situación que ella misma no puede comprender y para la que no tiene recursos.

Guardo la carta que ella me dio en mano meses después para disculparse y le doy las gracias por ello pues al leerla tuve por fin la certeza de que nunca me había rozado ni por un sólo segundo la locura.

2 comentarios:

  1. Que duro Quique, y que pena...
    Al final de todo, en un rincón del mundo, en ese en el que ahora te encuentras, quedas satisfecho y reconfortado, alegrándote por lo que significaron aquellas bragas y dando gracias porque la caída no fue tan dura, y la batalla tampoco...

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