viernes, 29 de mayo de 2015

Levantándome


 Cuando me despierto, todavía tumbado en la cama al principio no pienso nada. Solamente intento percibir mi propio estado. Siento la debilidad y un agujero en el pecho que paradojicamnete  pesa porque a medida que voy tomando conciencia de la vida se me va llenando de una pena líquida y viscosa que me oprime las costillas.
    Luego viene la angustia que todo esto produce y un malestar y un dolor que no son de este mundo.

    Intento pensar en mis cosas, en la semana que viene ¿Estaré mejor? ¿Habrá ensayo? ¿Serviré ya para trabajar? ¿Serviré algún día? ¿Cuánto durará esto? Y entonces caigo en la cuenta de que todavía  ni siquiera he conseguido bajarme de la cama.

   Mucha gente no lo sabe pero para bajarse de la cama, para bajar al mundo, hace falta un motivo, aunque sea pequeño. Normalmente todo el mundo tiene uno y por eso casi nadie repara en ello.

   Entonces pienso en lo que hay en este día que llega que me empuje a levantarme y  veo en mi mente un gran páramo, una inmensa pendiente de cemento que tendré que ascender.

   No encuentro un motivo para salir de la cama y pienso que en realidad si quisiera podría quedarme en ella, de hecho estoy de baja porque estoy enfermo.

   Afortunadamente recuerdo que en el mundo al que debo bajar está Anabel pero también podría ser ella la que viniera a la cama conmigo, me sonrío y cuando estoy a punto de ceder entonces me acuerdo:
 
  Tengo que tomarme las pastillas que si no luego me encontraré peor, así que reúno fuerzas, me incorporo, me pongo la camiseta y las zapatillas de estar por casa, me siento en la mesa de la cocina y me tomo las pastillas, con el café.

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