viernes, 22 de noviembre de 2013

la estufa

Un niño intenta dormir en una noche heladora. Está en la cama vestido y con el abrigo puesto, pero su cuerpo no genera suficiente calor como para que su ropa le caliente. El suelo del cuarto está lleno de suciedad y polvo, de cartones, de trapos, de ropa sucia, de camas y de un sinfín de objetos, algunos de ellos indescriptibles. Otros seres humanos, su familia, duermen vencidos por el agotamiento.

El niño se levanta sin hacer ruido y busca a escondidas la única y pequeña estufa eléctrica que hay en la habitación. La familia puede encenderla poco y él tiene prohibido enchufarla sin permiso, sobre todo si está solo o es de noche, pero en ese momento ese es su objetivo. Estira del cable y arrastra la estufa por el suelo para colocarla junto a su cama a la altura de sus pies. Enciende las dos resistencias, las dos “barras”, como dice su madre, que ahora duerme y a quien la luz naranja de las barras ilumina tenuemente. Tras un momento de gran placer provocado por el alivio momentáneo del calor en sus pies, el frío vuelve a apoderarse de nuevo de su cuerpo con más crueldad aún que antes. El frío no le deja a su mente siquiera el descanso de la inconsciencia del sueño. Se siente como si se hubiera caído desnudo a un río helado y un dolor intensísimo, físico y mental, le cercena.
Siente miedo, pero saca el pie derecho de la cama y, lleno de tristeza, empuja la estufa que cae encendida sobre los cartones, los trapos y el polvo. Todo arde y el fuego por el momento le reconforta. Luego, muy deprisa, el humo y las llamas acaban con todo por fin, dulcemente

No hay comentarios:

Publicar un comentario