Veraneábamos en la playa. Mis padres llevaban con nosotros a una chica para que nos cuidara a mi hermana y a mi. Eran otros tiempos, por fortuna superados.
Cuando ellos se levantaban nosotros tres ya estábamos en la playa y cuando ellos llegaban a la playa, al poco tiempo nos mandaban a casa a comer.
Se podía decir que nuestros horarios apenas se cruzaban.
Un día estábamos comiendo en la terraza, mi hermana y yo junto a la chica. Yo estaba lleno de rabia, no tendría más de siete años. Algo me impulsó a gritar que me iba a tirar por la terraza, salté al otro lado de la barandilla y estuve amenazando con soltarme.
Era un tercer piso, la pobre chica lloraba aterrada, recuerdo su cara mojada y sus manos con las que se tapaba los ojos de tanto en tanto, cuando creía que podía caer al vacío. No sé cómo la pobre consiguió que volviera al otro lado de la barandilla, al interior.
Cuando llegaron mis padres ella les contó lo ocurrido y debió decir que se iba, pero mis padres de alguna manera la consolaron y le convencieron para que no se marchara.
Mi padre me dio una zurra y me mandó a mi cuarto. Siempre he creído que me la dio más por la chica que por mi, nunca antes ni después me puso la mano encima.
Al día siguiente no cambió nada, no conseguí nada, al día siguiente volví a la rutina, al hastío y a la soledad.
Hace pocos años, cuando hablé de esto con mi padre no se acordaba, Parece mentira como la misma experiencia puede ser tan diferente para personas tan queridas y tan cercanas.