Pienso en el pobre Fanz Kafka, en sus escritos, en sus sueños, en sus cartas, en su angustia, en su tristeza. Kafka era, hasta donde yo sé, un escritor sin gato.
Pienso en Van Gohg, pobre Vicent, trabajando sin descanso en sus cuadros, alcoholizado, sifilítico, sin amor, sin oreja. Un ser humano que sufría en su búsqueda del color, que quería atrapar la belleza del mundo. Pidió ser ingresado en un psiquiátrico para no causar problemas y acabó pegándose un tiro en el pecho con la pistola que usaba para espantar a las palomas de los trigales. Las cartas que le escribió a su hermano Theo le revelan como un gran ser humano, un sabio. (Un sabio tiene el mismo derecho que cualquiera a volverse loco).
Van Gohg fue toda la vida un pintor sin gato.
Pienso entonces en Sylvia Plath. La primera vez que intentó suicidarse era todavía una joven estudiante, falló en la dosis y acabó vomitando las pastillas. La segunda vez, ya casada, se levantó una mañana, les subió el desayuno a los niños y metió la cabeza en el horno. No hubo una tercera.
Virginia Wolf se metió en el río con los bolsillos llenos de piedras para morir ahogada como Ofelia.
Que se sepa ni Virginia ni Sylvia tenían gato, eran también escritoras sin gatos.
María Zambrano en su exilio francés llego a tener veintiocho felinos aunque ella vivía en el campo, cuando volvió a Madrid se trajo sólo dos.
Charles Bukowski no tuvo gatos hasta que fue un hombre maduro asentado, decía que debía haber muerto varias décadas antes a causa de sus excesos, daba gracias por todos aquellos años “ de propina” mientras escribía y acariciaba a alguno de sus ocho gatos.
Yo de momento tengo dos gatos, Nada te ata tanto a la tierra ni a la vida, nada te enseña tanto, ni te equilibra tanto como tener gato, aunque me pregunto cuántos serían para mí suficientes.