miércoles, 11 de diciembre de 2013

El corte de pelo

La primera vez que me rapé el pelo lo hice sin saber muy bien por qué. Era un crío y quería llamar la atención, o algo así.
Recuerdo el tremendo grito que profirió mi madre cuando me vio y el coñazo que me dio durante años; primero por habérmelo cortado, segundo para que de alguna forma ocultara mi «error» por medio de sombreros y gorras y, ya más tarde, tuvo el resto de la vida para recordármelo a mí, a mis amigos, a mis novias y a todo el que se le pusiera por delante.
Mi madre era una persona testaruda, de ideas fijas y cuando una idea o una impresión como el susto que se llevó cuando volví de la peluquería con la cabeza brillante como una bola de billar se fijaban en su mente, lo hacía para siempre jamás.
Mi madre iba y venía de una de estas ideas a otra dependiendo de las circunstancias. Era bastante fácil que muchas de estas ideas fueran susceptibles de ser utilizadas en diferentes situaciones. Si aparecía una famosa con un nuevo peinado ella se acordaba de mi corte de pelo, si iba a la peluquería se acordaba de mi corte de pelo, si alguien tenía cáncer y se le caía el pelo también, cómo no, ella se acordaba de mi corte de pelo y por supuesto me lo decía.
Hoy hace un mes que murió mi madre y he vuelto a cortarme el pelo.
Es bastante difícil meterse dentro de la propia cabeza y en cualquier cabeza pero yo diría que lo he hecho para cerrar un círculo, para dejar todo lo superficial a un lado, para dejar de preocuparme por algo aunque sea por una sola cosa, por el pelo, para sentir el viento de nuevo en mi cabeza después de tantos años y refrescarme, para reconocerme por fin a mí mismo en mi forma más pura, más concreta, más rotunda, sin añadiduras.
Paro bajo los árboles a escuchar a los pájaros y lo que oigo es el tráfico. Me tumbo en un jardín y espero, espero, espero.
¿Es eso lo que me queda? ¿Esperar a reunirme con mi madre? Qué desesperanza.
He tenido una vida exteriormente poco productiva. Nada de hijos, pocos éxitos profesionales y después, o siempre, la soledad.
Hace tiempo que dejé de esperar a que nada nuevo sucediera. Seguramente la eterna perorata de mi madre grabó en mi cerebro una estructura de su pequeño y limitado universo de la que  ya nunca he podido sustraerme. ¿Qué iba a pasar de nuevo?
¡Nada nuevo bajo el Sol!
Mi madre era experta en “Estarse”.
¿Qué haces allí sentada, mamá?
Nada hijo, ¿qué voy a hacer? Estarme.

Pero esa quietud no era paz, era solo falta de actividad. Tedio y capacidad para manejar el propio hastío. Creo que el propio aburrimiento se cansaba de mi madre y la dejaba allí sola, la dejaba «estarse».

Ahora mi madre ya no podrá «estarse» más. Mi madre ha muerto y yo, en señal de duelo, hoy, que hace un mes, me he cortado el pelo.

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