viernes, 8 de enero de 2016

El pinchazo



 Me ducho, me visto, y me presento a las ocho  de la mañana, en ayunas, en el ambulatorio,  junto con unas cuarenta o cincuenta personas más.

  Todos estamos allí, esperando para entregar nuestras muestras de fluidos corporales, en mi caso de sangre y a que nos llamen para pasar a la sala de extracciones. Miro a mis compañeros y veo que a todos se nos pone la misma cara de "perritos derrotados" ( como dice la canción)  en estas circunstancias. Así sigue la historia:

- ¡Enriqueta Artiach!, dice a voz en grito la enfermera. ¡Enriqueta Artiach!,¡Enriqueta Artiach!, ¡Enriqueta Artiach!, repite una y otra vez, antes de que me dé tiempo de acercarme a la mesa donde entregar el volante y deshacer el equívoco.


- ¡Enrique, Enrique! digo yo.
- Vaya, disculpe, ¡vaya cambio!

 Me figuro que la enfermera esperaba a alguna señora mayor, claro, con ese nombre, y de repente aparece un tipo de taytantos con barba de una semana.

- No se preocupe señora, así es la diversidad, (Creo que no pesca el chiste).

  Paso y me siento frente a un enfermero en prácticas, lo noto en sus movimientos lentos e inseguros, pero no tengo miedo porque se que el Señor, si es que existe, me ha dado a falta de otras virtudes, unas buenas venas.

  El enfermero procede, se le olvida el decirme que apriete el puño tras ponerme el elástico en el brazo, pero a pesar de eso el milagro se produce, mi sangre brota a través de la aguja y va a parar a los dos tubos de vacío.

- ¿No le da impresión? pregunta al verme mirar absorto.
- No, no, que va, al contrario me parece precioso, es un espectáculo increíble.
- Nunca me habían dicho eso.Contesta.
- Ni se lo volverán a decir, se lo aseguro, pero así es.

   A mi me parece increíble poder verme un poco por dentro. El color de la sangre es hermoso y ver un color así de bonito fluir desde mi cuerpo, gracias a la maravilla de los tubos de vacío, siempre me ha parecido muy emocionante, que le voy a hacer.

  Acaba de llenar el segundo tubo y tras las recomendaciones de rigor me despide.

   Me siento en unas escaleras junto a la máquina de café y me tomo uno mientras veo desde lejos como continúa toda la operación. "A lo mejor veo algo nuevo" pienso, pero no pasa nada, todo sigue su curso, hasta que un empleado del centro se acerca a la zona de las máquinas con un chaval de unos doce años al que también acaban de pinchar.

- Así que has venido sólo, pues bueno, como eres menor te vamos a invitar a desayunar, a ver que quieres José.

 El chico se lo dice, el hombre lo saca y yo me deslizo discretamente hacia la salida pensando

 "Bien por el sistema público de sanidad, bien  por la enfermera, por el enfermero bien, bien por el empleado, por el chico y bien por Enriqueta, sea quien sea"

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