Llegamos a las siete de la mañana a un pueblo que está a cuarenta
kilómetros de Zaragoza. Voy a hacer una prueba para un trabajo de cocinero en
una residencia de personas mayores. Para llegar a esa hora hemos tenido que
levantarnos a las cinco de la madrugada y como no sé conducir me ha llevado
Anabel.
Se suponía que una compañera me iba a enseñar el trabajo pero no entra
hasta las ocho así que nos quedamos en la recepción esperando.
Aparece en calzoncillos, con su andador, Juan, que se ha levantado y ha
corrido hacia el desayuno algo desorientado. Las chicas de la residencia le
acompañan amablemente a su habitación. Todavía es muy pronto para desayunar. Entonces
entra en escena Ramona, también con su andador pero vestida y con las ideas
claras:
—Dame un cigarro, dame un cigarro.
—Vaya, ya está aquí Ramona—, dice una de las chicas, le da un cigarro de la
cajetilla que Ramona tiene guardada bajo el mostrador y Ramona sale al jardín a
fumar.