martes, 19 de noviembre de 2013

El salto

Vuelvo a casa caminando y ya a lo lejos veo que la policía ha cortado la calle. También hay una ambulancia y un cuerpo medio tapado bajo una manta en el medio de la calzada. Está a la altura del portal de al lado. Algo impresionado paso de largo y subo a casa. Mi mujer me cuenta que una chica se ha tirado desde el quinto piso. La ha oído caer cuando estaba llegando a casa y ha ido a socorrerla junto con otras personas. Ha sido terrible. Pronto ha venido la ambulancia con los sanitarios que, después de darles las gracias, les han dicho que se marcharan. Ya se ocupaban ellos. Mi mujer está afectada como no podía ser de otra manera.
La ambulancia y la policía no se mueven durante mucho rato y no sabemos si la chica está muerta y están esperando a que llegue un juez a levantar el cadáver o a un médico para que certifique la muerte, si está agonizando o si se ha salvado. La damos por muerta porque pensamos que si estuviera con vida la habrían llevado a toda prisa a un hospital.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Los fiambres.

Cuando vives en una calle con algunos vecinos ruidosos muchas veces te gustaría que dejaran de gritar. Da igual que se cambien de barrio o que les atropelle un camión. Lo que sea con tal de tener algo de silencio.
Nuestros vecinos de la casa de enfrente eran así.
Como no sabemos sus nombres y tampoco nos apetece mucho acercarnos a ellos amigablemente para establecer una cordial relación de amistad, cada uno tiene su mote.
El “Tus muertos” tiene ese nombre porque el día que aterrizó en la casa de la que suponemos era su señora lo hizo gritando “¡Tus muertos!”. Prácticamente era lo único que gritaba o al menos lo único que se le entendía de todo lo que gritaba. La misma noche que llegó destrozó con un martillo el cristal de la puerta de su propio portal para que corriera un poco de aire en su nuevo hogar, que era un bajo. Después de aquella aparición triunfal el hombre se serenó y la verdad es que ya solo gritaba “Tus muertos” cuando le azuzaba su mujer.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Pelando patatas

Hemos cerrado la tienda y de momento no tengo trabajo. Es domingo, mientras tomo un café en una terraza me llama un amigo. Este amigo inauguró un bar hace una semana y fuimos a la fiesta que dio aquel día, por lo visto les ha fallado una camarera. “¿Que si puedo quedar para habar con él? Claro que sí. ¿Qué si puedo entrar a trabajar dentro de una hora? Por supuesto”. Me voy a casa a recoger algunas cosas y me dirijo al bar. Como lo acaban de abrir justo antes de las fiestas del Pilar apenas han tenido tiempo de preparar tapas y las van haciendo casi sobre la marcha. Gabi, que así se llama mi amigo, me presenta a Lucía, la camarera y a Alex, su socio, que además es también el cocinero. 
Es Alex el que necesita más ayuda, así que una vez que ya nos conocemos me lleva a un office (en español “antecocina”) y me sitúa delante de un saco de patatas. A mí siempre me han gustado este tipo de trabajos manuales que requieren la participación de una parte del cerebro, que lo aquietan por medio de los movimientos repetitivos y que dejan la mente ya relajada dispuesta a un tipo de pensamiento sereno.
Desde mi cubículo oigo partes de conversaciones mezcladas con risas, gritos y con la bocina que mis nuevos compañeros tocan cuando alguien deja “boooote”, a lo que sigue un “Que nos vamos a Cubaaa” que recitan con guasa una y otra vez.
Las voces me transportan a momentos de mi vida en los que he estado adormilado. Me recuerdan las voces que escuchaba a lo lejos cuando estuve en coma, pero sobre todo me dejan tiempo para estar tranquilo.
Yo pelo patatas y las voy cortando unas veces cuadradas para las bravas y otras en lonchas finas para hacer huevos rotos. Pelo, corto, pelo, corto y me siento por fin en paz.

lunes, 28 de octubre de 2013

El Circo Mundial

En uno de mis paseos matutinos veo anunciado el Circo Mundial en un cartel con tres trapecistas subidas a un pobre elefante. Nunca me ha gustado el circo, que me producía de niño una tristeza indescriptible. Entonces no sabía por qué, puesto que solo era un niño. Hoy guardo una imagen mental de todo aquello.

jueves, 17 de octubre de 2013

la protesta

La protesta está bien pero solo es reacción. Necesitamos acción no violenta, positiva, creativa y creadora para cambiar las cosas profundamente.
Si de verdad queremos cambiar las cosas no podemos quedarnos en una lucha meramente superficial por los recursos materiales. Esa lucha la tenemos perdida de antemano porque los que manejan los recursos tienen también los medios para seguir acumulándolos y esto queda demostrado claramente puesto que con estos medios han llegado a acumular lo que ya tienen. Esta reacción por conservar las cosas solo nos desgasta y nos resta energías para el verdadero cambio, que debe ser interior, para después extenderse al entorno. El ser humano debe ir más allá de las cosas para poder ver lo verdaderamente bueno que casi siempre está allí y que es sistemáticamente ignorado por todos nosotros.
Debemos renunciar a los objetos para dejar de ser explotados y expoliados cuando por fin conseguimos acumular algo. Hablo incluso de renunciar a una vida cómoda y longeva para poder acceder a una vida plena llena de sentido y verdaderamente humana.
¿No lo ves claro? Solo te haré una pregunta, ¿qué ha sido lo mejor de tu vida y quién te lo ha dado?

viernes, 27 de septiembre de 2013

Los vendedores de juguetes

 
 Recuerdo hace unos años cuando una ministra, no recuerdo de que gobierno, apareció en los medios diciendo que se iba a prohibir que  los juguetes y los cromos se utilizaran como reclamos para venderles a los niños comida basura. Estuve pendiente de esta noticia unos meses, me interesaba mucho porque yo tenía una juguetería.
   Un día pasó por la tienda un representante de juguetes que con el tiempo se hizo también amigo y le saqué la conversación. El me dijo:

- Ya te puedes olvidar.

sábado, 21 de septiembre de 2013

cosas viejas, cosas nuevas


Antes, los objetos tenían una vida útil  e incluso emocionalmente satisfactoria para ellas mismas. Uno podía volver a casa de sus padres un domingo y abrir una botella de vino para la comida con el mismo sacacorchos que ya estaba en la casa cuando era pequeño.
Los objetos nos traspasaban su satisfacción haciéndonos recordar episodios de nuestra infancia  o de otras épocas y por ello existía armonía entre ellos y nosotros.  Nos daban seguridad y serenidad.