martes, 17 de octubre de 2017

El vampiro feliz

Corría el año 1789 y en París todo estaba patas arriba. Fui llevado a las Tullerías por error, yo no era nadie en la corte, sólo un advenedizo, un cocinero que viniendo de lo más bajo, había sido ascendido por obra de la misma María Antonieta a personaje de moda, así que, los revolucionarios me confundieron, por mis distinguidas ropas, con un noble y me tocó pasar, además de las calamidades de los pobres, el merecido fin de los más poderosos.

Faltaban unas pocas horas para mi ejecución cuando un murciélago entró por la alta y enrejada ventana de mi celda y el muy condenado me mordió en el brazo izquierdo ¡Lo que me faltaba! pensé, el bicho va a hacer que se me gangrene el brazo, y comencé a reír sin control, la gangrena era en aquel momento el menor de mis problemas. Fue en mitad de aquel tremendo ataque de risa cuando me transformé en vampiro y aleteando escapé guiado por mi agresor por el enrejado de la ventana.

Los primeros días anduve eufórico, hasta que me di cuenta de que nunca más podría ver el Sol y de que había perdido el sentido del gusto. Sólo podía saborear los diferentes tipos de sangre, y aunque podía comer cualquier alimento común,  estos ni nutrían mi cuerpo, ni mi privilegiado paladar, así que, nunca podría volver a disfrutar de los platos que tan alto me habían llevado y que me había costado crear toda una vida.

Viajé durante siglos por toda Europa, consultando aquí y allá a colegas de la noche, pero sus respuestas siempre eran la misma: ninguno sabía como recuperar el sentido del gusto y además tampoco les importaba, con el sabor de la sangre, tenían más que suficiente. Yo la probaba y la probaba, bebí la de casi todos los animales vivos conocidos, pero aunque cada una tenía sus matices, todas tenían al final un regusto metálico, que a mi me recordaba a la afilada cuchilla de la guillotina.

Fue hace relativamente pocos años, quizá una década, cuando viendo un anuncio de televisión de  "Patatas fritas con sabor Jamón" encontré la solución a mi grave problema. Si se podía dar sabor de jamón a las patatas ¿No se podría dar sabor de foie a la sangre?

Al siguiente instante comencé mi proyecto y tras asesinar a varias ancianitas, no por su sangre, sino por sus joyas, reuní  un capitalito con el que poder instalarme. Elegí, entre todas las ciudades del continente Toledo, por parecerme lo suficiéntemente siniestra y turística como para poder ocultarme a plena vista. Compré un edificio antiguo, con mazmorras auténticas, e instalé en su sótano  mi casa,  mi laboratorio y en la entrada principal, mi pequeño restaurante.

Al principio experimenté con humanos, pero habían comido tantas y tan variadas cosas en sus vidas que, a pesar de someterlos a una dieta estricta, no conseguía progresos con el sabor. Los perros se revelaron demasiado humanos, a los gatos, demasiado caprichosos, no había manera de hacerles comer lo que era necesario y cuando pescaban algún ratón el producto se estropeaba. Monté un palomar, pero  las palomas se escapaban y picoteaban por ahí entre las basuras.

Por fin me di cuenta de que los peces eran lo más apropiado, así que compré, para empezar, dos docenas de acuarios y comencé a alimentarlos con diferentes productos. Los resultados al fin llegaron y pronto tuve pescados cuya carne y sobre todo cuya sangre sabía a jamón (esto encantaba a los niños) a chorizo de Pamplona o a fabada. No me resistí a servirlos en mi restaurante y pronto necesité también peces de colores dulces, para los postres, claro. Los tengo de sabor a crema catalana, de tarta al whiski y de otros muchos sabores, pero el que más éxito tiene es el de sabor a mazapán. Estando en la ciudad de Toledo esto era previsible. No sólo las pastelerías más antiguas y prestigiosas de la Plaza Zocodover me hacen pedidos semanales sino que estoy empezando a venderlos por internet a todo el mundo.

No puedo quejarme y así lo declaro a los cuatro vientos, he llamado a mi restaurante y a mi marca de peces de sabores "El vampiro feliz" haciendo honor a la máxima de que no hay secreto mejor guardado que el que nadie quiere creer.

miércoles, 11 de octubre de 2017

Una mañana cualquiera de escritura

Una hoja seca entra por la ventana abierta de la biblioteca. Otra vez estamos sin aire acondicionado. Como mi vida misma, pienso, que tampoco está muy bien acondicionada.

Por eso paso aquí mis mañanas, en una huida que va desde mi herida interna, a los libros, al papel, sin pasar por el mundo.

Practico la escritura automática, escritura terapéutica para una mente enferma que intenta mantenerse a flote.

Podría quedarme en la cama pensando en el sexo, como hace tanta gente, pero entonces acabaría recordando el desconsuelo que siento cuando, tras aparearme, compruebo, una y otra vez, que no he regresado al útero materno.

El nacimiento no se supera. Espero que la muerte se supere, que sea  La Nada, que es lo único que puede acabar con la soledad, que es la angustia que acompaña a la existencia.

Me diréis que también en el mundo hay amor, y es cierto. El amor es un alivio, pero no la solución al dolor existencial porque el amor nos ata a la vida.

La vida es el recuerdo que se hace y el recuerdo es la herida.

Aquí, como digo, hay una ventana abierta, aunque con poca caída, al patio del albergue de transeúntes. Si me arrojara por ella, si cediera, dejaría paradójicamente de ser un transeúnte.

Me levanto, recojo la hoja seca y la tiro por la ventana. La devuelvo al mundo al que pertenece.

Yo vuelvo a mi silla, a mi sitio, a mi escritura.

Hoy mi pluma, cargada de tinta azul intenso recorre el blanco papel como surcaría Moby Dick los celestes mares. Circundando el el planeta que nos sustenta, resentida, pero al fin y al cabo todavía viva y libre.


jueves, 28 de septiembre de 2017

Buen trato

Leo en un libro de Amos Oz su famosa frase "Haz la paz, no el amor" y pienso que no le falta razón al hombre, cuando asegura que el amor no es el contrario de la guerra y que el contrario de la guerra es la paz.

Dejando a un lado el debate de si yendo  hacia el lado contrario de algo, se acaba con ese algo, o si simplemente, como creo yo, se huye de ese algo ,  me pregunto:

¿Es suficiente la paz?

Con esto quiero decir que estamos tan acostumbrados a ver atrocidades, que nos conformaríamos con que estas dejaran de existir, lo que no es poco, pero no es suficiente con acabar con los malos tratos.

Lo que es de verdad  necesario, es que nos tratemos bien.


martes, 26 de septiembre de 2017

El sueño llega

Al atardecer  me siento a leer en un banco frente al río.

Las libélulas espolean el agua en busca de mosquitos muertos y los peces, al verlas, se abaten sobre ellas mostrando sus brillantes espinazos anaranjados. Las remolcan  hasta el lecho del río donde las ahogan en un limo gelatinoso y frío.

Una urraca se apea del transportín trasero de una bicicleta. ¿Cuántos kilómetros habrá recorrido de polizón, sin que el ciclista se haya dado cuenta de su presencia?

Una cigüeña vuela hacia mi, mostrando el envés de sus alas, decoradas con afelpados círculos negros sobre fondo blanco, y se convierte así, ante mis ojos, en una repugnante mariposa gigante.

Estremecido salgo de mis ensoñaciones y me pregunto cuanto tiempo habito en mi interior y cuanto de lo que me sucede es realidad y cuanto sueño.

La última luz solar va cayendo, el aire se aquieta y un olor a lodo estancado impregna mi piel embadurnándola de tierra y sudor.

Las nubes cubren el cielo  convirtiéndolo en una bóveda en la que se abren, de tanto en tanto, claraboyas por las que se cuelan, con toda su angustia, los últimos rayos del día.

Cierro el libro que sostenía en mi regazo y vuelvo a casa paseando por el parque.

Las hormigas se descuelgan de los árboles cayendo sobre mis brazos y entre el hueco que queda entre mis gafas y mis ojos, donde las sacudo.

Los árboles a su vez se hunden en el río, donde el polen se fija formando una fina y densa capa de coral.

El planeta vira unos pocos grados más, la noche llega, devolviéndome mi brisa de inconsciencia y por fin el sueño.


sábado, 9 de septiembre de 2017

Belleza

Hay en el mundo tanto dolor y tan poco consuelo, que dan ganas de mirar hacia cualquier otro lado, aunque esto sea, claro está, casi imposible.

Fijo mi mirada en él y descubro que detrás de todo lo que nos rodea está la belleza:

Tras un pez que boquea o tras el nacimiento de un hijo, está la belleza.

¿Hay algo más detrás de esta belleza? ¿Está acaso Dios allí agazapado desde el principio de los tiempos?

¿Acaso importa?

La belleza está aquí y alivia nuestra existencia, siempre accesible, para quien sepa mirarla

Con eso, a mí, por el momento, me basta.

martes, 5 de septiembre de 2017

Televidentes

Leí hace tiempo que el televidente, de alguna forma, nunca esta sólo, que para estar sólo tendría que ponerse un dvd.

Creo que esto es cierto, pero ¿Cómo se explican estas relaciones entre la soledad y los mass media en la era de internet? ¿Está sólo el que ve una serie on-line?  No lo creo.

 De lo que no queda duda, afortunadamente, es que el único medio que sigue asegurándonos una soledad casi perfecta es el libro, porque lo que vemos en nuestra mente, cuando leemos, lo creamos entre el autor del libro y nosotros mismos.

La imagen resultante de nuestra lectura  es diferente a cualquier cosa que otros imaginen al leer el mismo texto, aunque lo hagan en el mismo momento.

Aquello que vemos cuando leemos un libro, es sólo nuestro, lo vemos nosotros solos en nuestra propia mente .

lunes, 4 de septiembre de 2017

Espiral



En el centro de la galaxia hay un sumidero que acaba, con todas las curvas de su silenciosa espiral, en un lleno absoluto.

Hacia él se dirigen las amorosas y extenuadas estrellas, llevando a cuestas sus sistemas planetarios y con ellos sus planetas, sus satélites, sus cinturones de asteroides y sus cometas.

Se abisman en este centro también el espacio, el tiempo y la luz, toda la luz.

Cuando por fin lleguemos deseo sentir el abrazo comprimido de toda esa materia.

Un fuerte abrazo, uno eterno, que es el que corresponde a un agujero negro.