—Oiga, oiga, camarera —le dice el primer cliente a las nueve de la mañana a mi compañera Rosa
— Si me tomo la oferta de huevos fritos con jamón, o con beicon o con morcilla, más bebida por cinco cincuenta, ¿me dan una botella entera de vino de la casa?
—Pues no, señor, con la oferta va una copa de vino o una caña o un refresco.
—¿Y cuánto me cobrarían entonces por la botella si cogiera esta oferta?
—Pues lo que vale la botella.
—¿Y si en vez de huevos con jamón los tomo con lomo?
—No tenemos lomo.
Y así se ha ido este espécimen del bar sin su botella de vino gratis. No sé lo que debe de pensar que vale una botella de vino en un súper, pero, vamos, que por cinco cincuenta podría comprar varias botellas o cinco briks de Don Simón. Qué manía tiene la gente de ir a negociar en mitad de todo el follón con los pobres camareros que no pueden cambiar los precios a su antojo.
En fin, qué diícas nos esperan.
Como dice a veces Rosa a voz en cuello en mitad del servicio, cuando se nos empiezan a comer por los pies los monguers: "Cristo, ten piedad, Señor, ten piedad".
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