lunes, 18 de enero de 2016

Actualización



   Un olor a sudor rancio impregna la silla, la mesa y todo el rincón del bar donde me siento. No puedo ser yo, acabo de ducharme y de cambiarme de ropa así que acerco un poco el café  para ver si sus efluvios consiguen camuflarlo pero todo es en vano.

   Detecto por tanto un nuevo fallo de diseño del cuerpo humano que se suma al de no poder cerrar las orejas y es el de no poder cerrar la nariz, como hacemos con los ojos, a voluntad.


   Seguramente el tener siempre alerta los sentidos del oído y del olfato nos ha salvado de muchos peligros a los humanos a lo largo de la historia, pero ya en el siglo XXI, Dios, si es que existe, podría mandar, al igual que hizo tan oportunamente con las Tablas de la Ley, unos pocos drivers con alguna actualización, que desde la última ya han pasado más de dos mil años.


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