Tenía por aquel e unos veinte
años y una novia Venezolana. Ella era estudiante de económicas y no quería volver a
su país. Sus oportunidades laborales allí eran ínfimas, porque en aquellos
tiempos, había en Venezuela una ley, que obligaba a las empresas a contratar un
80% de personas nacidas en el país y mi amiga, a pesar de haber vivido allí toda su
vida, había nacido en Perú.
Yo tenía un par de amigos de la
universidad que pintaban por la calle los veranos para ganarse la vida y
pagarse los estudios y como mi estado anímico era espantoso, estaba deprimido y
enfadado con todo, con todos y con el mundo (Que es como uno está generalmente a los veinte años) se me ocurrió que, antes de que
ella tuviera que marcharse en esas condiciones, podíamos irnos con uno de los
pintores a tocar por la calle pasando la gorra y con lo que sacáramos, ella podría matricularse
de nuevo en cualquier otra cosa y pasar otro año en España con un visado de
estudiante.
Yo cantaba por las terrazas de los bares de la
costa y ella pasaba la gorra. Yo no entendía porqué a ella le costaba tanto,
hasta que un tiempo más tarde, hice aquello mismo solo y me di cuenta de lo duro
que es pedir, aunque sea la voluntad, y
a cambio de algo.
Ella casi milagrosamente, unos días antes de tener que marcharse,encontró
un trabajo en Madrid. Una conocida dejaba un trabajo y le pasaba a ella el
relevo del trabajo y de la habitación del piso que compartía con otras
compañeras. Menuda suerte y ¡Como me alegré por ella! aunque eso, a la larga,
acabara por separarnos.
Yo, como no tenía nada que hacer y
como digo estaba en una época en la que sentía un gran vacío dentro de mi,
volví a pedirle a mi amigo que me dejara ir con él.
Carlos había alquilado una casa en un pueblo
costero. Una amiga suya, Ana, le ayudaba con las ventas mientras él pintaba. La
casa estaba a un par de kilómetros de la playa y allí pasamos
unas semanas intensas, de esas que unen para siempre.
Como ni tenía coche ni se
conducir, entre semana cogía un cercanías y me iba a hacerme las terrazas de
algún pueblo próximo y cogía el último tren, que era a las diez y media de la noche. Los fines de semana, que era, como es lógico cuando había más ambiente, aprovechaba para quedarme en nuestro pueblo.
Uno de esos días de fin de semana, después de preguntarle al
dueño del bar si podía tocar en su terraza tres canciones (Nunca me dijeron que
no, creo que porque solo tocaba tres y porque me arreglaba antes de ir a trabajar igual que si hubiera
echo para dar un concierto en toda regla) empecé mi número..... unas de Serrat, de Luz Casal, de Sabina...Boleros... vamos, lo propio de tocar por la calle...de
repente, comencé a sentirme raro, como invadido por una sensación violenta y al
girarme para tocar hacia el otro grupo de mesas, comprendí porqué. En una de las
mesas había tres nazis con toda la parafernalia de esvásticas tatuadas, con unas cabezas
recién rapadas, con un apurado tan
perfecto, que la cuchilla les hubiera dañado el cerebro de haberlo tenido... las inevitables botas de las de
ostiar gente... Los tres me miraban atentamente, con una mueca de asco tan grande, como la
que yo hubiera expresado hacia ellos si hubiera podido, y los tres, mientras
esperaban la cena, habían cogido los cuchillos y jugaban con ellos, a veces al
ritmo que yo les marcaba.. Estaba claro que no podía tener una actitud chulesca
con ellos, pero tampoco podía consentir que ganaran la batalla de la
intimidación, por pequeña que esta fuera, así que, les dí la espalda y seguí
tocando. Aquella, por suerte, era la segunda canción y la que quedaba la tenía
que tocar en otra zona de la terraza, lo que siempre hacía para evitar molestar
demasiado. Acabé, pasé el sombrero, evitando cuidadosamente su mesa y me trasladé a terminar la noche a la otra punta
del paseo. Al día siguiente, por precaución, tomé el tren y fui a tocar a otro pueblo.
Así pasaban los días y las semanas y como la cosa no estaba boyante y Carlos teníatambién una licencia para pintar en Benicassim, nos fuimos para allí a pasar una semana, y la primera noche de trabajo, justo
cuando cantaba las primeras notas en la primera terraza, que por suerte estaba cubierta, comenzó a caer una tormenta acojonante... el
dueño del bar que era muy majo salió corriendo gritando ¡Paraaaa paaaraaa que
nos inundaaasss! la carcajada fue general y yo me reí el que más... cuando pase
el gorro les dije a los clientes...”Una ayudita por haber traído la lluvia a
los campos” el éxito fue absoluto.
La calle es un lugar muy extremo y estando en ella te pasan muchas cosas. Yo afortunadamente
no la viví de verdad porque tenía amigos allí mismo, casa, y podía volver de mi
aventura juvenil cuando quisiera.
Sobre todo aprendí dos cosas... que yo no me
moriría de hambre (aunque en los días que corren ahora ya no pondría la mano en
el fuego) y que yo no quería vivir así, sobre todo por la vergüenza que da
pedir.
Paso la semana de Benicassim y ya de vuelta , en el" pueblo base" un buen día, una
chica mayor que yo, para mi en aquellos tiempos "una señora" , me dio su teléfono. Me dijo que vivía en un
pueblo cercano , que le llamara y que quedaríamos. No se que pensaba ella cuando me apuntó su número en una servilleta, pero yo a los pocos días le devolví la llamada... “Vete preparado Quique,
me decían Ana y Carlos” y yo les hice caso.
Cuando llegué, ella me esperaba con con su hija pequeña. y con una amiga suya, algo mayor que yo, que lo primero que dijo después de presentarnos es que estaba divorciada, y que nos llevó en coche desde la estación. . Parecía que se había guardado las espaldas, no me
extraña.
La tarde se convirtió en un ir y venir de la tienda que tenía, a tomar café y de
marear la perdiz, así que como yo no entendía muy bien que estaba pasando allí y parecía que no iba a haber plancete, les pedí que me
llevaran, de nuevo a la estación de tren.
En el coche tuve una especie de presentimiento
y dije “Va a caer un tormenton increíble “..¡Qué dices! contestó la amiga divorciada, con una ira que a mi juicio no venía a cuento..y añadió... ¿Cómo va a llover si hay viento? ¡no sabes ni lo
que dices!...bueno bueno, dije yo... yo si que creo que va a llover, solo digo
eso... En aquel momento pensé que aquella chica era la típica mujer amargada, que
creía saberlo todo, solo por el hecho de haber sufrido una separación. Desgraciadamente, todo... todo, no lo
sabía.
Cogí el tren, llegué a mi estación y en el pueblo, compré una
barra de pan para hacerme un bocadillo. para cenar , y mientras recorría
los dos kilómetros que me separaban de la casa, comenzó a llover. Cuando llegué
el baño se estaba inundado, porque alguien se
había dejado la ventana entornada...Después de la caminata bajo la lluvia y de recoger
el agua del baño, estaba totalmente calado. Me cambié, me hice un bocadillo de queso y
encendí la tele, Carlos y Ana todavía no habían llegado. Vi un capítulo de
Doctor en Alaska y cuando empezaron las noticias me sobrecogí. Tremendas
tormentas se habían desatado en el norte peninsular y, sobre todo en los
Pirineos. El camping de Biescas había sido arrasado por el agua... nunca me he
arrepentido tanto de tener razón
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