No
sé por qué, estando con Anabel en Venecia, se me ocurrió entrar en unos grandes
almacenes tipo C&A y comprarme unas zapatillas de deporte para hace un poco
de ejercicio. ¡Menuda tontada!, pensé para mí. ¡Con la de cosas que hay que
hacer y que ver aquí y a mí, que hace años que no corro, se me ocurre justo
hoy!
... También pensé en mi madre diciéndome "No ties idea buena…" Pero aun así, lo hice (uno tiene estas cosas).
... También pensé en mi madre diciéndome "No ties idea buena…" Pero aun así, lo hice (uno tiene estas cosas).
Era
este nuestro primer viaje juntos, corría el mes de agosto de 2003, durante la
ola de calor (¡claro! ¡Ahora me acuerdo de por qué se me ocurrió aquello!). Entramos
a comprar camisetas porque hacía tanto calor y tanta humedad que necesitaba dos
camisetas diarias y, de paso, se me ocurrió lo de las zapatillas y lo de hacer
deporte.
Así
que, después de desayunar me dispuse a correr un poco y, aunque el terreno no
era el más apropiado, pues como todo el mundo sabe Venecia está llena de
canales, puentes, escaleras y calles estrechas, localicé un lugar de unos cien
metros, a lo largo de un canal, para echar unas carreras. Comencé a correr con
entusiasmo y a los diez minutos estaba baldado... ¡Qué horror! Y así, medio
asfixiado, salí de allí y me senté a recuperar el aliento en un puentecito
formado por unas escaleras que subían y bajaban. Puse la cabeza entre las
manos, cerré los ojos y noté algo húmedo y cálido en la frente. Era un bóxer
francés que me olisqueaba y me lamía la cara y las manos. Casi me da un
soponcio del susto, pero luego, al ver la cara de preocupación del pobre
animal, me eché a reír y a acariciarle las orejas. Entonces vi a una señora
mayor que se acercaba diciendo algo así como "Filiiipe non preocupaaare no
está mooorto il bambino... no esta mooortooo!" Me eché a reír. Jodo, vaya
aspecto de moribundo debía de tener. La señora me explicó muy amable, y todo
ello en italiano, pero con mucha intención de que yo le entendiera, que Filipe
era muy cariñoso y que se preocupaba mucho por las personas, sobre todo cuando
las veía en grandes apuros, y que me había lamido la cara para reanimarme. Yo no
podía contenerme de la risa y de la felicidad.
Luego,
cuando llegué al hotel se lo conté a Anabel, que también se rió mucho y me di
cuenta de que la idea no había sido tan descabellada y que aquella compra y
aquellas carreras, desde luego, habían merecido la pena.
Por
cierto... No sé por qué, pero algo me dice que entre estos bóxer franceses y yo
hay una conexión especial.
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