Nosotros mismos, con la ayuda de amigos, rehabilitamos
las tres plantas en los descansos entre el servicio de comidas y el de las cenas.
La
mudanza fue tremenda, porque al vivir cerca, a unas dos calles de allí, las
cosas pequeñas, que son casi todo lo que hay en una casa, las fuimos llevando a
pie, desde la antigua casa a la nueva, aprovechando los viajes de ir al
trabajo.
Así, entre el trabajo de hostelería, que ya de
por si es duro, el de rehabilitación y pintura y los portes de lámparas libros
discos cortinas y demás, anduvimos varios meses.
Por fin llegó el día de llevar “lo grande” y
con la ayuda nuevamente de amigos y de tres trabajadores del “Centro Reto”,
culminamos el traslado, subimos lo
esencial y comenzamos a vivir allí.
Cuando uno tiene el trabajo a una distancia
prudencial de su casa, su vida familiar y laboral quedan separadas y nadie, ni
tus vecinos, ni tus compañeros de trabajo tienen toda la información sobre si tu trabajo y tu casa están en el mismo edificio y tu trabajo, además, está un bar, con las puertas abiertas al público y si a eso añadimos que dicho bar está en el Tubo, que es una zona peatonal...
casi todas las piezas del puzzle de tu vida quedan expuestas a la luz de
todos. Todo el mundo te ve cuando trabajas, sabe si estás en casa, si sales, te
ve salir y llegar...cualquier rumor, , verdadero o falso, puede crecer como la
espuma y transmitirse en minutos a todo el barrio.
En la parte positiva estaba la rapidez
con la que uno llegaba al trabajo y el poder bajar a desayunar, al bar todavía
cerrado y charlar con Pili, la mejor repostera del mundo, a la que yo llamaba
medio en broma medio en serio mi “madre adoptiva". Pili es un portento de mujer,
trabajadora como nadie y una gran persona.
Cuando mis padres y mi tía cogieron el
traspaso del negocio, los anteriores inquilinos pusieron como condición que se
mantuvieran los puestos de trabajo de Pili y de Mateo que eran los reposteros
de la casa y a mis padres y a mi tía les pareció perfecto ¡Qué más podían
querer que poder abrir el primer día con las personas que habían contribuido
durante tantos años al prestigio de aquel lugar!. Con Mateo tuve menos
contacto, porque se marchó a trabajar a un negocio cercano y ya no estaba allí
cuando nos trasladamos, pero con Pili nos hicieron, los anteriores dueños, un
favor impagable, a mis padres a mi tía a mi hermana y a mí.
Con Pili todavía nos hablamos de usted. Mi
madre después de veinte años de pasar de todo juntas en aquella cocina, le preguntaba
de vez en cuando
-Pili ¿No cree que después de veinte años ya
nos podíamos empezar a tutear?..... -¿Cómo
dice? ...respondía ella y la cosa quedaba clara.
A veces en mitad del fragor de la batalla,
mientras preparaban las comandas, se insultaban “de usted” entre ellas y con mi
tía “Hala tire, que es una desustanciada” “Y usted una borde” y cosas mucho
peores, claro. También se reían mucho. Aprendí que hay cosas que si las dijeras
“de tú” no las podrías decir, sin embargo, insultando “de usted”, guardando las formas, se puede
llegar mucho más lejos.
Yo ya no conocí el Tubo en su máximo
esplendor pero allí había bares como el Texas el Monreal el Teófilo, el
Santurce. el Olimpo....los billares en los que conocí al gran músico zaragozano
Mauricio Aznar...
Había también varias peluquerías que estaban allí desde que
el tubo era lo que era y los cadetes de la Academia General Militar iban en
masa a tomar unos vinos, unas cañas, a cortarse el pelo y a tomar un carajillo en "El Plata" el café
cantante más antiguo de Europa. En mis tiempos, Mary de Lys era la que más cantaba en El Plata y mi padre
decía que el señor que tocaba la batería, leía al mismo tiempo novelas del
Oeste y que pasaba las hojas con las baquetas sin perder el compás.
Como no me acababan de gustar las
peluquerías del barrio que ya conocía,mi padre me dijo un día que fuera al
casino mercantil, que allí había una peluquería, el la última planta, así que
probé suerte y de alguna forma la tuve. Fui allí muchas veces, me cortaban bien
el pelo y conocí un submundo que creía desaparecido. También me ocurrió la
historia que ahora voy a contar.
Cada vez que
subía por la escalera del antiguo Casino
mercantil para ir a la peluquería ,que estaba en la ultima planta, un
escalofrío me recorría todo el cuerpo. Era una escalera muy historiada, que
ocupaba una gran parte del edificio, pomposa, antigua, de estas que tienen un
primer tramo en el centro del recibidor y que se van desdoblando después de
cada rellano en dos nuevos tramos, saliendo un nuevo tramo de escalera por cada
lado de cada rellano. Cada vez que subía por aquellos peldaños y me enfrentaba
a esa sensación de miedo intenso, mezclada con cierta atracción irresistible
tan propia de las mejores películas de miedo, me decía a mí mismo que era la falta de luz de
aquel casino decadente, la antigüedad... el olor a rancio, las suciedad de las
vidrieras, que en uno de los lados daban al patio interior y que evitaba que la
luz entrara en su plenitud, lo que me
provocaba ese miedo. Si, era todo aquello, todo lo que le daba al espacio un ambiente tétrico
y lúgubre,, lo que me hacía sentirme así. No, no pasaba nada, y no me pasaría
nada.
Repetirme
a mi mismo mentalmente estas cosas, me daba valor para ir subiendo hasta
llegar a la calidez de la peluquería. Ahora que lo pienso, creo que nunca me
encontré a nadie en la escalera, pero tampoco nunca quise subir o bajar en el
ascensor.
Allí me recibía un peluquero de los de siempre
y varios señores mayores que iban a jugar al billar y a pasar la tarde. Eran
los pocos socios que quedaban vivos y no se si era por estar allí, en sus salsa,
o porqué , pero tenían todos una gran
energía y ganas de hablar (Aunque
también pudieran haber sido las ganas de vivir que tenían aquellos hombres, lo
que les daba fuerzas para acudir cada tarde al casino mercantil).
La peluquería “para socios “ era otra cosa,
fluorescentes, animados conversadores, calendarios de toreros y de
artistas...recuerdo uno de Sazatornil con total claridad...
Yo, en
aquellos tiempos , le había echado el ojo (Entre otras chicas) a una de la que me habían llegado rumores, sin
yo buscarlos, de que era pretendida por Rafi Camino. Reí para mis adentros
cuando, al llegar a la peluquería un día, en vez del calendario de Sazatornil vi, junto al espejo, uno de Rafi Camino
vestido de oro y grana... “Ironías del destino” pensé. De repente, al verme el
peluquero mirar a Rafi Camino, el
peluquero me preguntó
- ¿Te gustan
los toros chaval?
- No mucho
(Respondí por no ofender).
- Vaya
hombre...pues ese es el Rafi Camino...que está triunfando este año...te voy a
decir una cosa chaval.. si a tí te gustara una moza, no tendrías nada que hacer contra el Rafi Camino, que es
una figura del toreo.
A lo que siguió una carcajada de afirmación de los presentes. A mi el
comentario del peluquero y la risotada me dejaron helado, sobre todo el
comentario... sentí que aquel hombre podía captar mis pensamientos a través del
pelo que me iba cortando, a través de
sus manos, del peine y de las tijeras...
Aquél día bajé más aprisa las escaleras que de
costumbre y olvidé a aquella chavala para centrarme en otras más accesibles y
sin relación con aquel torero y con aquél cubículo que me repelía, pero que no podía
dejar de visitar.
La vida seguía más o menos apacible durante
algunos meses, el trabajo, las charlas con Pili cuando bajábamos a desayunar o
cuando algún sábado o algún domingo mi hermana Elena y yo volvíamos de juerga. Pili
era muy discreta, nos escuchaba en nuestros problemas sentimentales y se
preocupaba mucho por nosotros. Recuerdo una vez en que la señora que limpiaba
encontró una cuchara doblada en el comedor y se la enseñó a Pili y Pili, antes
de decírselo a mis padres, me llamó a primera hora y me preguntó, con el
corazón en un puño, si me estaba pinchando. Yo le juré que no, y era verdad. Al
final se descubrió que la cuchara la había dejado allí un camarero, el pobre
Jaqui, que era mayor que yo y al que yo apreciaba mucho. Aquella historia acabó
muy mal y se merece ser contada aparte,pronto, pero en otro momento...
El tiempo cuando estás al un lado de una barra, no pasa del mismo modo que
al otro lado. Parece mentira como un solo metro, lo que medía de fondo aquel viejo
mostrador de mármol que teníamos por barra, podía distorsionar tanto la noción
del tiempo y cambiar tanto nuestra realidad de la de nuestros clientes y
separarnos tanto del mundo “real”.
Pasaban muchas cosas, algunas muy absurdas y a
una velocidad y con una carga emocional muy distinta a la vida corriente, todo
era muy intenso. No se si influía que el edificio era antiguo, o que el barrio típico, no se que era, pero
estábamos acostumbrados a que sucedieran cosas muy raras.
Una mañana, en uno de sus discretos
interrogatorios Pili llamó a mi hermana y le preguntó seria, pero muy seria, que si sabía algo del
hijo de los del bar Monreal. El chico había desaparecido y corría el rumor por
el barrio de que se había fugado con “La chica de Casa Lac” que era mi hermana...Elena
se quedó atónita, no sabía nada de nada...Pili había cogido el teléfono al
punto de la mañana y le habían comenzado a preguntar al respecto. Los que
preguntaban eran de un programa de
televisión, de uno en el que buscaban a personas desaparecidas...
Una vez pasado el mal trago, después de saber que mi hermana no sabía nada y de
quejarnos de como la gente inventaba relaciones y fugas donde no las había (Elena ni siquiera sabía de quien le estaban hablando) fue pasando el tiempo y
nos olvidamos del tema.
No recuerdo cuando dejé de frecuentar la
peluquería, del Casino Mercantil pero un buen día, pasados los años, la Caja
Rural compró el edificio y comenzó a rehabilitarlo. En el patio interior, al
que daban aquellas vidrieras tan sucias, encontraron el cadaver de un chico que
llevaba varios años allí. Era el chico del bar Monreal, que estaba situado en la
misma calle del Casino Mercantil.
Siempre he pensado que aquel chico, un buen
día subió las escaleras, puede que lo hiciera para ir a la peluquería, como hacía yo, puede que encontrara
un momento para cortarse el pelo y entró en el edificio sin avisar a nadie,
cayó allí, alguien cerró la ventana sin mirar hacia abajo, y él ,allí se quedó,
en el patio de un edificio antiguo medio abandonado, en un patio bien aireado,
solo... y que, aquello que yo sentía cuando subía y bajaba por aquella escalera
tan historiada, aquel miedo del que no quería escapar y que me aterraba, no era
solo miedo, era también una intuición que yo tenía de que allí pasaba algo, de que había algo en aquel edificio que no estaba en su lugar y
solo siento no haber sido capaz de haber sabido interpretarlo antes, no haber
sido capaz de haberlo sabido...de algún modo.
(Fotografía de la escalera del Casino Mercantil)
Muy interesante, me quedo enganchada leyendo.
ResponderEliminarMuchas gracias Isabel. Un saludo.
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