Esta mañana, yendo hacia un banco que tenía ya elegido en mi pobe cabecica, me he topado con una plaza que estaba muy tranquila. Después del exceso de estímulos al que me enfrenté en mi anterior sentada, he decidido quedarme allí, me he acomodado en un banco con algo de sombra entonces, y ya sin mis gafas y sin mis cascos, he procedido a tomar el aire, la luz del día y a respirar.
Había en este lugar grandes árboles en todos los flancos, que daban más o menos sombra a cada uno de los asientos, y el viento tenía entrada en eeste espacio por cuatro calles, que desde sus cuatro esquinas provenían de direcciones diferentes, así que aquella brisa prácticamente ininterrumpida combinada con la sombra, dada un gran alivio al calor de la mañana de verano, además si elevabas la vista, al ser los edificios antiguos y bajos podías ver el cielo con todas sus nubes.
Apenas llegaba ruido de las calles aledañas siempre llenas, solo unos pocos ruidos se colaba en mis oídos y lo hacían amablemente, sin agresividad, ni maldad, ni ira, como sí ocurre tantas veces con los golpes, crujidos, estridencias y en definitiva por todo el estruendo provocados por el tráfico, que viene cargado de violencia. Sin embargo estos sonidos parecían servir al silencio, al que todo volvía cuando cesaba el cerrrar de una ventana, el paso de una señora con un carrito de la compra o el ladrido lejano de un perro, pues sabía yo que después de cada uno de ellos la tranquilidad llegaría de nuevo irremediablemente, pues así de pacífica era la plaza,
Mientras disfrutaba de semejante sosiego me he puesto a pensar en cómo este podía ser posible ¿Cómo podía ser que allí no hubiera conmigo nadie, excepto una chica que hablaba por teléfono en voz baja unas decenas de metros a mi derecha? pues precisamente por eso, porque no había nadie, porque aunque a la gente se le llena la boca hablando de lo que le gustan el silencio, la tranquilidad y la paz, y aunque cuando dice estas cosas cree estar diciendo la verdad, esto no es así en absoluto, a las personas les gusta estar donde hay follón para acabar de destrozar junto a otros la paz y el silencio que puedan quedar en cualquier parte.
Lo terrible de esto es que puede hacrse extensivo a cualquier tipo de silencio, real, metafórico, y a cualquier tipo de paz.
Al cabo de un rato, y tras este negro aunque creo que verdadero pensamiento he recogido mis cosas y protegido por mis auriculares y por la música del gran Johan Sebastian, me he marchado yo también al bullicio del mercado, a comprar cosas que faltaban en casa, con la intención de volver más días, si mi naturaleza, que por supuesto es también humana me lo pide y me lo permite.
No hay comentarios:
Publicar un comentario