Historias de camareros 104 "Medio limón y medio limón"
Me acerco a una mesa de un matrimonio de mediana edad, a la hora de comer, y todo vuelve a comenzar:
—Buenas, señores, ¿saben ya lo que van a tomar?
—Oiga, oiga —dice el señor.
—Diga, diga —le contesto.
—¿En qué consiste el medio menú?
—Pues es muy fácil, puede elegir usted un solo plato del menú, un primero o un segundo, y está incluida la bebida, el pan y el postre.
—Muy bien, pues yo medio plato de pochas y medio bistec.
—No, no, señor, el medio menú es solo un plato entero, no servimos medios platos —le digo mientras pienso: "Madre mía, qué genio de la astucia nos ha caído hoy", y a continuación me encomiendo a San Pascual Bailón, patrón de los Congresos Eucarísticos y de las cocineras.
—Anda, ¿y eso? —insiste el hombrecillo.
—Pues porque, ¿qué hacemos con el otro medio bistec?
—Pues dárselo a otro que también quiera medio menú de medio bistec.
—Pero eso es imposible, señor.
—¿Y eso?
—Pues porque nadie va a pedir su otro medio bistec.
—¿Cómo lo sabe?
—Pues porque no servimos medios bistecs ni medios platos.
—¿Y eso?
—Porque el medio menú consiste en un plato entero a elegir; si hiciésemos eso tendríamos la cocina llena de medios platos que tendríamos que ir colocándole a la gente, medio rape, medio pollo, media lasaña...
—Hombre, hombre, con los segundos sí pero con los primeros, por ejemplo, con mi medio plato de pochas, las pochas...
—Ya, pero incluso en ese caso se nos podría quedar media ración de todos los primeros sin aprovechar, y no está el mundo para andar tirando comida. Además, es la norma del restaurante, la toma o la deja, señor —le digo ya algo aturdido.
—Manolo, Manolo —interviene la mujer—, deja en paz a la gente en general, y a este señor en particular, que te lo tengo que decir siempre, ya te lo ha explicado, así que concéntrate y elige.
—Bueno, bueno, les dejo para que lo debatan y lo piensen, y voy atendiendo a estos otros señores —les digo mientras me alejo como puedo para no sufrir un infarto.
Atiendo varias mesas y cuando por fin reúno las fuerzas necesarias para enfrentarme a este reto, descubro gratamente sorprendido que es la mujer la que ha tomado la batuta y ha organizado el entuerto, y al llegar me dice:
—Tomaremos dos medios menús, unas pochas y un bistec.
—Muy bien, señora, así se habla —la felicito mientras agradezco a San Pascual Bailón su intercesión por enviarme junto a este modorro a esta señora tan bien organizadica.
Cuando acaban sus dos únicos platos de sus dos medios menús, me acerco y les canto los postres:
—Muy bien, señores, de postre tenemos: melón, natillas con o sin canela, sándwich helado de nata o tarta de tiramisú.
—Yo mi media tarta de "taratasú" —dice sin dudar ni un instante la señora.
—Yo también medio "taratasú" —repite él, y yo huyo por segunda vez de la mesa, esta vez para evitar que me dé la risa floja delante de la pareja. Cuando me repongo del ataque de risa, les llevo sus dos tiramisús completos y ellos se quedan muy contentos.
En fin, hay gente muy diversa a la que siempre hay que respetar, y matrimonios que se compenetran estupendamente, a pesar de que entre sus dos componentes apenas hagan uno bueno.
Así es y así será y queda aquí demostrado, pues ni siquiera San Pascual Bailón, patrono de los Congresos Eucarísticos y de las cocineras, puede evitarlo.
Advertidos quedáis, buenas noches y salud
Historias de camareros 105 "El cocido completo" (Sin segundas)
Queridos amigos, mañana tenemos "Cocido completo", y ya estoy viéndolos venir, sé que va a ser inevitable, y que más de uno y más de una me va a decir: “¿Y no puede ser medio cocido completo?”, a lo que yo tendré que contestar: “Señora, como su propio nombre indica, el ‘cocido completo’ es ‘completo’ e indivisible”, “¿Y ni siquiera un poquito?”, dirá la señora, a lo que yo replicaré: “¿Me quiere explicar cómo se corta un medio cocido completo por la mitad, y en el caso de que esto sea posible, qué hacer con el otro medio cocido completo?”.
A partir de allí la conversación tomará caminos inimaginables incluso para los adictos al L.S.D. Así que estoy preaterrorizado, y pensando qué protección real o imaginaria puedo procurarme.
Pienso que esta vez, por no aprovecharme mucho de San Pascual Bailón, al que ya molesté en mi anterior aventura, voy a encomendarme a San Babil de Antioquía, patrón de Cascante, cuyo brazo, que está a la sazón dentro de un relicario en forma de brazo, está, nadie sabe muy bien por qué, en el Museo de Filadelfia.
Ay que ver qué Santo tan viajero, este San Babil de Antioquía, o al menos en parte: desde Antioquía ha llegado el mozo hasta el nuevo mundo, como ya sabéis, a Filadelfia.
Y yo pienso: ¿No podría San Babil teletransportarme a Filadelfia junto a su reliquia? Según divago sobre este admirable santo noto unos lagrimones gordos como canicas de las gordas que me ruedan por ambas mejillas y llegan a mi boca donde al encontrarse con mi lengua la llenan de un sabor metálico y ácido, y me pregunto: ¿Estaré llorando lágrimas de sangre? ¿Me estaré llenando de estigmas y convirtiéndome en santo? Y si es así: ¿Por qué Diosito no me lleva ya a su diestra a no más tardar y sobre todo antes de mañana, que es el día del cocido completo? Otros santos ascendieron con algo de enchufe familiar, como Santa Ana y San Joaquín, padres de Nuestra Señora, la Virgen María Santísima, y Santa Isabel, que era la madre de Santa Ana, la madre de la Virgen, y otros santos padecieron martirios mucho más duros que el mío con los monguers, pero sus martirios duraron menos rato, esa es la verdad.
En fin, mañana os cuento. Que durmáis bien y no tengáis pesadillas; en mi caso, no sé yo qué no soñaré.
Un abrazo y salud
Historias de camareros 106 "Dios mío, las cenas de empresa, otra vez"
Ring, ring.
—Restaurante, dígame —contesto.
—Mire, querría reservar una mesa para una cena de empresa a nombre a Aránzazu.
—Muy bien, ¿me dice el día y la cantidad de personas que son?
—El día D, y seremos entre 17 y 25 personas.
—¿No podría afinar un poco más en el número de comensales? —le digo mientras pienso que seguro que ha añadido alguno de más por si viene alguien a última hora.
—Pues no sé qué decirle —disimula ella.
—Es que, señora, si son 25 no caben en una misma mesa —insisto intentando forzar una confesión.
—No, no, en una mesa todos juntos tiene que ser. ¿Pues cómo no van a caber 25 en una mesa de 25? ¿Cómo es eso posible? —pregunta ella resistiéndose como gato panza arriba.
—Pues porque una mesa de 25 no cabe en este local, que no es muy grande, y no se lo creerá, pero las paredes no se pueden mover.
—Ahhh, claro, claro, pues entonces seremos entre 17 y 20, es que siempre pongo cinco más por si se anima alguien más —claudica al fin.
—Pues es mejor no hacerlo, señora, sobre todo en restaurantes pequeños. Una mesa de cinco sin ocupar para nosotros es un problema; si todo el mundo hiciera lo mismo, tendríamos los bares llenos de mesas a medio llenar, imagine el desastre económico —le contesto una vez lograda la confesión.
—Es verdad, tiene usted toda la razón; disculpe, no lo haré más. Una cosa, queremos el menú número uno.
—Estupendo, pues si me da un teléfono ya tiene su reserva.
—Muy bien.
La señora me da su teléfono y vuelvo al trabajo
Hago un inciso aquí para explicar que en nuestro restaurante hay dos menús para cenas de empresas, que se componen, ambos, de tres centros para picar, como primer plato, y de un segundo plato de carne o pescado a elegir. Los dos menús no tienen nada que ver el uno con el otro, y no coinciden en ningún plato, ni en el vino, ni en el postre; de hecho, uno vale diez euros más que el otro, y por algo es.
Ring, ring, vuelve Aránzazu al ataque.
—Dígame.
—Hemos hablado hace un momento.
—Sí, sí, Aránzazu, ¿verdad?
—Sí, eso, eso, mire, es que queríamos unos el menú número uno y otros el número dos.
—Pues entonces habrá que separar en dos mesas a los asistentes, eso, o los de un menú se tendrán que sentar todos juntos a un lado de la mesa, y en otro los del otro.
—¡No me diga! ¿Y no podremos elegir con quién nos sentamos? —pregunta, horrorizada.
—Pues no, si no tienen el mismo menú, no.
—Pues eso no, no, no puede ser, tiene que ser todos en la misma mesa, y la gente tiene que poder sentarse donde quiera, si no qué desastre, y eso, ¿cómo puede ser?
—Pues porque el vino es diferente y los centros son diferentes y los postres son diferentes, y cuando saquemos los centros de picar, si los comensales están mezclados, nadie podrá acceder fácilmente a los entrantes que haya pedido.
—Bueno, pues póngalos individuales.
—Eso no puede ser, señora, porque entonces, en vez de sacar doce fuentes de centro tendremos que sacar cincuenta y un platos sólo para los entrantes, y después con los postres: en vez de sacar cuatro fuentes de centro serán otra vez diecisiete platos de postre. Es decir, en vez de dieciséis platos, tendremos que mover sesenta y siete platos. O, lo que es lo mismo, en vez de hacer treinta y dos viajes para llevar y traer los platos haríamos ciento treinta y cuatro, y eso ya sin contar con los problemas que generaría esto en la cocina.
—¿Y qué problema hay?
—Pues que para llevar y traer cuatro veces más de platos, hacen falta cuatro veces más de camareros y de personas que los emplaten y los frieguen; si usted quiere pagar toda esa mano de obra innecesaria por ese capricho, nosotros encantados; es que, si no, vamos a perder mucho dinero con su cena de empresa.
—Ay, no, no, qué lío, déjelo, déjelo, anule la reserva, que tengo que consultarlo.
Con gran alivio taché la reserva, pero unos días después vi que alguien había vuelto a escribir en el libro de reservas:
—Día D. Aránzazu. 17-20 pax. Menú número 2.
Y yo me pregunto: ¿Qué espantosa desventura nos depararán el día D y Aránzazu con sus 17-20 comensales? ¿Sobreviviremos a este embate del destino? ¿Quedará el bar en pie al final de la noche o incluso a mitad de la cena? Hay que tener en cuenta que esta es sólo una de las mesas que vendrán el día D.
Pienso en encomendarme de nuevo a San Babil y a San Pascual Bailón, pero los pobres andarán azacanados atendiendo a todos los ruegos del humilde sector de la hostelería, y no podrán con todo. Pobrecicos santos. Así que he optado por decirles a mis compañeras lo que les digo cuando el desastre es inevitable: "Chicas, el día D, cuando por fin me desmaye, cosa que haré sin remedio, no me reaniméis, tapadme la cabecica con un paño de secar la vajilla y no llaméis a emergencias hasta que acabe el servicio. Ellas, cabizbajas, me dicen que sí, que sí, y que si se desmayan ellas antes, que haga yo lo mismo, pero entonces, ¿quién atenderá a Aránzazu?
En fin, qué macabra carrera esta de desmayarse antes que los compañeros para dejar de sufrir.
No han empezado las cenas de empresa y ya me tiemblan las piernas.
Que Dios nos proteja de toda esta sinrazón, si es que puede.
Un abrazo y salud.
Historias de camareros 107 "Los intolerables"
—Mire —dice la veinteañera—, es que soy intolerante a la lactosa, entonces la ensalada César me la traen sin salsa César, el bistec sin salsa de queso, ¿vale?
—Muy bien. ¿Y de postre?
—Un bombón helado de nata y chocolate.
—Perfecto, maarchando.
Historias de camareros 108 "La leche que le han dao"
—Buenas, señores. ¿Tomarán café?
—Sí, yo un café solo —dice él.
—Yo —dice ella—, ¿tienen leche de soja?
—Pues no, lo siento —le contesto, y como no les he atendido yo hasta este momento, y no sé lo que han comido, pienso: pobrecica moza, lo mismo es vegana y le apetece un café con leche de procedencia vegetal.
—Vaya —sigue ella—, ¿y leche sin lactosa?
—Pues tampoco, hemos dejado de traerla porque al final la teníamos que tirar —vuelvo a intervenir mientras pienso: “Anda, a ver si va a ser intolerante a la lactosa, la pobre, y le apetece un café con leche”.
—Bueno —concluye—, entonces un café con leche.
—Muy bien —contesto, y mientras voy a preparar uno solo y uno con leche, me pregunto: ¿Cómo es esto posible? ¿Es una vegana de convicciones débiles, o una intolerante a la lactosa pero poco intolerante a la lactosa? ¿Esto en qué coño consiste? Como me pica la curiosidad, al llevar los cafés, se lo pregunto:
—Mire, me muero de curiosidad, si no es indiscreción, y no le importa contármelo. ¿Me podría decir qué es lo que le pasa exactamente con la leche?
—Jajaja. Me lo acaban preguntando en muchos sitios, no me pasa nada, es que a veces la leche entera me sienta mal.
—Bueno, menos mal, es que me tenía usted preocupado. Si le sirve de algo esta leche es semidesnatada.
—Uy, pues entonces estupendo.
—Genial —le contesto mientras huyo hacia otra mesa donde me esperan para pedirme los cafés, y mientras tanto, me pregunto: si le sienta mal la leche, ¿por qué no se toma sólo la mitad del café con leche o un cortado que tiene menos leche, o incluso uno solo, o un solo largo con mucho azúcar? Si le sienta tan mal la leche como para ir mareando así al personal, si es tan importante para ella, ¿por qué no lleva alguno de esos envases de leche de soja en el bolso? Y finalmente: ¿Por qué coño no se toma un té de cualquiera de los colores que hay?
Pues porque entonces, me respondo, no podría llamar la atención de los demás ni tampoco tener un camarero un rato para ella sola pa marearlo.
Queridos amiguitos, ha llegado el invierno y hemos cambiado de tercio. Pronto llegará la primavera y comenzará la época del hielo, que si póngame hielo, que si quítemelo, que si sólo un hielo, que si sólo un hielo pero que no sea muy gordo...
Pa todo tenemos. El cielo está tan lleno de camareros, a Diosito ya no le caben más y por eso no me llama a su diestra. A ver si pronto alguno de ellos cambia de profesión por ahí arriba y queda una vacante, que, si no, esto va a durar para siempre.
Un abrazo y salud.
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