Siempre andamos diciendo las mismas cosas, como si estuviéramos hechos de lluvia o de viento y no tuviéramos otra canción que el caer del cielo o el de pulular a través de los árboles de los bosques, o el girar silbando en las esquinas de los edificios.
Este quejido único y común, es nuestro llanto de apego por el amor materno perdido, por ese amor que en realidad pertenece a la esfera de lo mítico, porque en realidad nunca existió, al menos no en la forma o en la cantidad en que cada uno de nosotros lo hubiera necesitado.
Si en alguna ocasión este amor materno ideal hubiera existido, no andaríamos por ahí llamando la atención, acumulando cosas o haciendo canciones, escribiendo para ser vistos, o haciendo pucheros.
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