lunes, 23 de abril de 2018

Hormiga

En el trabajo, en el bar, salgo a la terraza armado con mi bandeja y mi bayeta. Recojo una mesa que unos clientes acaban de abandonar y al pasar el paño, veo, en el último momento, una hormiga que camuflada en la negrura de la mesa metálica me ha pasado inadvertida, al contrario que los brillantes y aceitosos restos de patatas fritas y que los granos de azúcar blanquilla, motivos de su inesperada visita.

El insecto es despegado de la pringosa superficie, no sé si por el trapo o por el vendaval previo que este desata en su pequeño gran mundo, siendo rebozado en restos de espuma de cerveza. Después siento sus patas intentando aferrarse al aire en el que rueda.

Pienso entonces en el cálculo infinitesimal, en como entre un número y el siguiente hay infinitos decimales, siendo el infinito entre el uno y el dos, menor que el que se abisma entre el uno y el tres.

Pienso en que unos infinitos tienden a otros como lo hacen entre si los átomos, las estrellas o las galaxias.

Me doy cuenta de que la hormiga, como ser vivo integrante del mundo, tiene también una pequeña conciencia infinita que tiende a otra medida de conciencia cercana, y de que nuestro mundo no es más que una capa más, una muñeca rusa entre otras capas y otras capas de muñecas rusas.

La hormiga cae al suelo resultando indemne, ventajas que tiene no tener esqueleto y huesos que romperse y corre a refugiarse en el parterre más cercano. Yo vuelvo al interior del bar con la bandeja cargada con dos tazas, una copa de cerveza, dos platos de café con sus cucharillas, un vaso con restos de hielo y con una nueva historia en mi cabeza.

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