Me acerco una y otra vez a los demás, como las avispas a las plantas, para libar de ellas un néctar, un bálsamo que alivie mi soledad
En esta busca pierdo a poca energía que aún me pertenece, y que vierto en una especie de eyaculación onanista al vacío del mundo, de donde nada vuelve nunca.
Ceso entonces en mi empeño y surge en mi una sensación de fuerza en las plantas de mis pies, que asciende, como la savia por las raíces de una encina, por mis gemelos, por mis muslos y por el tronco de mi espina dorsal, para llegar a las agitadas hojas que forman las neuronas en mi cerebro.
Es esta una energía que procede de la quietud, de la ausencia de sentido, de objetivo y de ilusiones. Que procede de la certeza de la inutilidad del tiempo y de su paso constante y distraído. De la noción de saberme un ser sin par.
Es una potencia arbórea que surge de la desesperanza y de la derrota, cuyos anclajes impiden ya que pueda ejercerla para ir a cualquier parte, y que por el contrario me obligan a quedarme aquí, por fin, varado, pero también fuerte y tranquilo.
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