Mientras boqueaba intentando recuperar el aliento un
latigazo recorrió su estómago y una masa biliosa, ácida y ardiente con sabor a
hiel arañó su tráquea, se giró para que el vómito cayera al agua y tras varios
espasmos logró recuperar el aliento y la calma.
La roca donde descansaba
estaba pulida por cientos, quizá miles de cuerpos que como el suyo
habían esperado allí. sobre aquella extraña masa con tacto de piedra pómez, la
salvación o la muerte.
Se dio cuenta de que aquella era la peor pesadilla de un
espeleólogo: quedarse atrapado, sólo y sin luz, en una minúscula gruta, en
última expedición de su carrera, esa con la que los profesores de la escuela
acostumbraban a despedir a los camaradas que se iban jubilando.
Ni siquiera sabía si sus compañeros habrían sobrevivido al
derrumbe, si alguno de ellos llegaría a pedir ayuda, ni tampoco si habría
quedado algún hueco entre las enormes piezas de granito que habían sepultado la
única vía de acceso
Maldijo su mala suerte y escuchó su lamento rebotar en las
paredes y golpear en sus oídos como si el propio espíritu de la tierra le
estuviera condenando.
Sentía su piel embadurnada en un ambiente de sótano anegado
que se pegaba a su piel formando una película viscosa y almibarada, que le hizo
ser consciente de un aire que pronto su propia respiración transformaría en un
dióxido de carbono.
Un intenso frío le despertó. Debía haber perdido el conocimiento,
tenía la cabeza dolorida y abotargada. Dedujo por el entumecimiento de su
cadera que llevaba varias horas dormido,
e imaginó que en la superficie ya sería de noche. Golpeó furiosamente su cuerpo
pon las palmas de las manos que luego calentó acercándolas a su boca.
De nuevo en un estado de duermevela escuchó cesar su propio
llanto en la lejanía y después una sibilancia acompasada de animal herido, que
no era otra cosa que el quejido de unos pulmones que notaba acorchados e
inútiles. Algo más arriba, en la garganta una flema crecía y se movía hacia sus
pulmones como una babosa amarga.
Comenzó a tiritar con violencia, el frío iba avanzando hacia
el centro de su cuerpo los ojos chocaban inflamados contra sus propias cuencas.
Sintió un alfilerazo
en el corazón, tan intenso, que le alivió del
resto de sus padecimientos, en ese mismo lugar comenzó a sentir que
nacía un único punto calor luminoso.
Su vida comenzó a
pasar ante sus ojos, primero los más recientes y después, como dicen las
personas que han regresado de la muerte, todos los demás, así se vio a sí mismo
dando clase en la facultad con sus alumnos, sonriendo en el día de su boda,
corriendo en la playa con sus amigos de la adolescencia, con sus padres en el
parque de su niñez, se vio arropado en una manta por su madre, percibió el calor
de su aliento en su cara y finalmente,
tras un fogonazo de luz que lo inundó por completo, se vio de nuevo tranquilo
en el útero materno. Había regresado por fin a su hogar primigeneo, al principio de la vida
y del tiempo
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