El chico tenía nueve años cuando sus padres le dieron las llaves de casa por primera vez, al día siguiente no podrían ir a buscarle al colegio, pero él era mayor y podía volver solo y también prepararse la merienda, hacer los deberes solo y esperar a que ellos llegaran, y eso hizo.
Unos días más tarde volvió a ocurrir lo mismo pero en esta
ocasión además de volver solo, antes de llegar a casa tendría que ir al
dentista, también solo. Aquello ya le dio más miedo, aunque la consulta estaba
sólo dos calles más lejos, pero también lo hizo y las enfermeras y el propio
médico se quedaron impresionados de lo valiente que era, ningún niño de nueve
años iba solo a que le sacaran una muela, dijeron. Sus padres también alabaron
su valor pero en vez de darle un premio, al día siguiente, volvieron a decirle
que volviera sólo a casa.
Lo que al principio había sido una aventura se fue
transformando en una situación de abandono progresivo. Los primeros días tras
merendar y hacer sus tareas vio la televisión, los siguientes vagabundeó por la
casa, curioseó en los cajones del dormitorio de sus padres y en todos los
armarios, espió a los vecinos por la
ventana del recibidor que daba al patio de luces, estaba en un sexto piso. lo que le daba una visión casi
total de los baños de todas las viviendas. Cuando se aburrió de esto tiró
algún vaso de agua al mismo patio por pura curiosidad, para ver qué era lo que
pasaba. Algunas señoras se quejaron a los padres del chico, que a su vez reprendieron al chico su actitud, así que este
no lo volvió a hacer.
Finalmente, tras explorar y agotar todas las posibilidades
que su soledad le proporcionaba, se fue entristeciendo, llegaba cansado a casa,
se tumbaba en la cama dejándose llevar
por su imaginación y se levantaba al oír en la puerta de entrada a sus padres, que volvían a la hora de prepararle
la cena. Por las noches dormía inquieto, poco y mal.
En el colegio se vio envuelto en alguna pelea de la que
salió más o menos airoso y a la que sus profesores no quisieron dar importancia
por ser “cosas de chicos” sólo cuando sus notas bajaron escandalosamente, la
maquinaria educativa se puso en marcha. La llamada a los padres era obligatoria
¿Había algún problema en casa? ¿Jugaba el chico con otros niños? Sí, se había
vuelto algo violento y algo problemático, sí, el chico había suspendido cuatro
asignaturas.
Tras aquello sus padres tomaron cartas en el asunto y le
enviaron todas las tardes, también solo, a una academia de recuperación.
Sus notas mejoraron y como premio los padres decidieron
comprarle al chico otra bicicleta.
Cuando el chico llegó a casa después de la academia se
encontró allí a sus padres con aquella estupenda sorpresa. El chico se montó en
su nueva bicicleta dispuesto a probarla en el pasillo cuando escuchó decir a su
madre que no, que en casa no se iba en bici, si quería podría probarla al día
siguiente, cuando volviera de la academia, entonces el chico pedaleó con fuerza
a lo largo del pasillo giró con audacia en la esquina llegó al recibidor,
desmontó, abrió la ventana y tiró por
ella la jodida bicicleta.
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