lunes, 16 de septiembre de 2013

Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar

¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase, correcta pero siempre interpretada de una forma superficial? Esta es la matraca con la que los mayores atormentan a los niños para que ordenen sus cuartos, pero generalmente esos lugares elegidos por los padres no son los correctos porque solo son buenos desde el punto de vista visual o, en el mejor de los casos, funcional. No se eligen los lugares verdaderamente adecuados. ¿Está este libro de Murakami que ya hemos leído correctamente ordenado en la estantería junto con los otros libros ya leídos? Superficialmente sí pero, ¿no estaría ese libro mucho mejor en una biblioteca pública donde todos pudiéramos leerlo? ¿Y no estaría mejor también en las manos de mi amiga Ana que es fan de Murakami?
Estos lugares “correctos” también van cambiando. Mi amiga Ana tendrá que decidir cuál será el mejor lugar para el libro cuando lo acabe de leer.
Generalmente no vemos este orden profundo al que las cosas deberían tender porque, aunque “la energía no se crea ni se destruye, solamente se transforma”, los seres humanos la acumulamos de modo obsceno en forma de cosas y no dejamos que las cosas fluyan. No dejamos que la energía que poseen las cosas fluya. Por eso, eso que llamamos ordenar no es ordenar, es amontonar en montones más o menos agradables a la vista, pero nada más. Y amontonar no es ordenar.
Busca el verdadero mejor lugar para cada cosa y el mundo entero habrá cambiado, quizá incluso a mejor.

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