A menudo bromeo con mis amigos sobre mi mismo Les digo que soy un anciano desde los ocho años, para su algarabía y regocijo. Lo digo un poco en broma y un poco en serio, porque a esa edad estuve muy enfermo y pude experimentar, ya de niño, cosas que se reservan generalmente, al menos en nuestro primer mundo, a los adultos.
Hago esta broma desde hace mucho tiempos, pero desde hace sólo unos pocos años me he dado cuenta de lo que significa y de lo que llevo dentro:
Ahora tengo cuarenta y cinco años y aunque no sé lo que es realmente la vejez, la comienzo a ver en la gente que me rodea, en mis padres, en mis amigos más mayores y en los padres de mis amigos. A través de esta experiencia ajena revivo en mi memoria de niño que estuvo enfermo, la decadencia del cuerpo, la soledad, la impotencia, el miedo a la muerte, el sentimiento de angustia a causa del abandono de un Dios inmisericorde, y la tristeza por la vida y por lo que se ha ya perdido para siempre de ella.
Esta claro que a los ocho años esa vida era muy corta, pero era sin embargo, al igual le ocurre al anciano,la vida entera, y esos sentimientos, desprovistos de los recursos que da la madurez, eran ya tan intensos como los que tiene el viejo, acrecentados en su caso por toda la profundidad que su experiencia y su memoria le otorgan.
Cuando tenía catorce años, en plena adolescencia, arrastrando la profundidad y la memoria adquiridas por los hechos de mi vida, me decía a mi mismo " Si estoy así con catorce años ¿Cómo estaré con cuarenta?" . Mi profecía se cumplió y antes de los cuarenta tuve ya mi primera depresión importante. Ahora, con cuarenta y cinco, saliendo de la segunda me pregunto "¿Si estoy así a los cuarenta y cinco, cómo estaré a los sesenta y cinco?" y después pienso si seguirá mereciendo la pena seguir así, viviendo.
Por eso a veces sueño con despertar, no tumbado en mi cama, sino en medio de un trigal de largos tallos, percibiendo el movimiento del viento, con su olor a verano y corteza de pino seca seca, y el calor del sol y la caricia de sus sombras, a través del vaivén y de la promesa de nueva vida de las preñadas espigas.