Me comí el último trozo de chocolate, no lo pude evitar, era solo un niño y quería volver a sentir su dulzura deshaciéndose lentamente con el calor y la humedad de mi lengua, contra el paladar.
Apareció entonces mi padre con mi hermana pequeña de la mano:
- ¿Quién se ha comido el chocolate? Preguntó
- He sido yo
- Pues hay que dejar algo siempre para los demás
- No me he dado cuenta, susurré con la cabeza gacha
- Pues hay que darse, hay que darse, sentenció él también en voz baja mientras salía de la cocina con ella.
Este recuerdo vine a mi conciencia muy a menudo, mucho más que otros más importantes, y me pregunto ¿cómo se fijó este acontecimiento aparentemente intrascendente en mi mente? ¿qué emoción sirvió de argamasa y qué mecanismo es el que hace que se repita tan a menudo? ¿fueron la vergüenza y la culpa de ser consciente de mi egoismo, y de que mi reprimenda fuera contemplada también por mi hermana Elena las causantes de todo? ¿Se convierte acaso la culpa en vergüenza cuando se hace pública o es al contrario?
Quizá fue todo esto junto, o quizá el momento no fuera tan insignificante como parece, pues con unas pocas palabras dichas sin alzar la voz, mi padre me enseñó a pensar siempre en los demás.
Se me ocurren pocas cosas más importantes, si es que existe alguna, que un padre pueda enseñar a sus hijos, es además algo que hay que hacer en todo momento, y esta es la razón, creo ahora, de que este recuerdo aflore a mi conciencia tan a menudo y de que esté casi a diario en mis pensamientos.
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