Hace un rato volviendo a casa en taxi, cruzando el Puente de Hierro, he vuelto a ver un cielo asombroso, plagado de unas nubes blancas con una apariencia sólida, pesada, perfectas.
Me he dado cuenta entonces de la maravilla que es ver todos los días a la ida y a la vuelta el espacio abierto, un horizonte, y de que es ahora, desde que vivo a la orilla del Ebro que veo este cielo, y de que esto es lo que le hace el río al cielo, darle una hondonada de agua imperturbable desde donde poder contemplarlo.
Así es que esta belleza puede ser vista, si tiene la sensibilidad de percibirla, este humilde ser humano.
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