martes, 26 de septiembre de 2017

El sueño llega

Al atardecer  me siento a leer en un banco frente al río.

Las libélulas espolean el agua en busca de mosquitos muertos y los peces, al verlas, se abaten sobre ellas mostrando sus brillantes espinazos anaranjados. Las remolcan  hasta el lecho del río donde las ahogan en un limo gelatinoso y frío.

Una urraca se apea del transportín trasero de una bicicleta. ¿Cuántos kilómetros habrá recorrido de polizón, sin que el ciclista se haya dado cuenta de su presencia?

Una cigüeña vuela hacia mi, mostrando el envés de sus alas, decoradas con afelpados círculos negros sobre fondo blanco, y se convierte así, ante mis ojos, en una repugnante mariposa gigante.

Estremecido salgo de mis ensoñaciones y me pregunto cuanto tiempo habito en mi interior y cuanto de lo que me sucede es realidad y cuanto sueño.

La última luz solar va cayendo, el aire se aquieta y un olor a lodo estancado impregna mi piel embadurnándola de tierra y sudor.

Las nubes cubren el cielo  convirtiéndolo en una bóveda en la que se abren, de tanto en tanto, claraboyas por las que se cuelan, con toda su angustia, los últimos rayos del día.

Cierro el libro que sostenía en mi regazo y vuelvo a casa paseando por el parque.

Las hormigas se descuelgan de los árboles cayendo sobre mis brazos y entre el hueco que queda entre mis gafas y mis ojos, donde las sacudo.

Los árboles a su vez se hunden en el río, donde el polen se fija formando una fina y densa capa de coral.

El planeta vira unos pocos grados más, la noche llega, devolviéndome mi brisa de inconsciencia y por fin el sueño.


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