miércoles, 8 de octubre de 2025

Obsolescencia programable de la Inteligencia Natural

Desde que empecé a escuchar, hace años ya, la espantosa expresión "capital humano" supe que algo olía a podrido en Dinamarca. 
El mero hecho de considerar a las personas como parte de la materia prima, que cualquier producto, eso es de momento verdad, necesita, me pareció espantosa. 
Es verdad que todavía la gente había tenido peores situaciones dentro del esquema económico, no hay que olvidar la esclavitud pasada, y tampoco la que de forma más o menos velada se sigue produciendo hoy, pero esta nueva denominación, como digo, daba el pistoletazo de salida a la concepción del ser humano como mercancía y sobre todo al blanqueamiento de esta concepción.
Al considerar a los trabajadores como mera mercancía se puede intentar hacer con ellos las mismas cosas que se le hacen a las cosas, acumularlos, venderlos, traspasarlos, darles un mal uso, cambiarlos por otros cuando nos cansamos o ya no nos gustan, o nos rinden tanto como antes, es decir, establecer con ellos, y con ellas unos compromisos más dignos de las cosas que de las personas.
Había una cosa, pensaba yo, que todavía no se podía hacer con los empleados, programar su obsolescencia, aunque esto está comenzando a ser factible con la llegada de las nuevas tecnologías, pero para ello se necesita que el rendimiento de la inteligencia artificial supere al de la inteligencia natural, y esto se pretende lograr por dos medios, uno, muy legítimo, invertir en su desarrollo y el otro, muy rastrero, rebajando las prestaciones de los cerebros que entran en juego por medio de una educación deficitaria, más enfocada al cumplimiento de objetivos y en mejoras estadísticas y en el propio uso de las nuevas tecnologías, sí, de esas que como las tabletas en los colegios se intentaron imponer, y se han tenido que retirar por, efectivamente, hacer que baje el rendimiento escolar.
Todos los alumnos pasan de curso, qué logro, pero claro, lo hacen porque precisamente para que pasen, se ha rebajado el nivel de exigencia. Ya no conviene formar seres humanos capaces de pensar y de ser autónomos en cualquier situación, sino de simples peones que, siempre al albur de una tecnología creada y dominada por otros, cumplan las pocas funciones que en un futuro cercano no podrán realizar, todavía, los robots y la inteligencia artificial.
La forma de llevar esto a cabo es tan simple y está tan a la vista que pasa desapercibida. Cada vez que miramos la previsión del tiempo en el teléfono en vez de sacar la cabeza por la ventana y mirar el cielo y notar la temperatura y la fuerza del viento, para observar cómo va la gente vestida, y si va abanicándose o encogida por la calle, cada vez que dejamos que el auto corrector seleccione la palabra o el emoticono que completa nuestra frase, cada vez que el historial de navegación nos lleva por los mismos caminos donde solo vemos las cosas que ya conocemos, y accedamos a las opiniones que ya compartimos, nuestros cerebros dejan de ejercitarse.
Así se está programando, en estos momentos, la obsolescencia ya programable de la inteligencia humana, para el beneficio de los pocos propietarios de la inteligencia artificial. Se está privatizando también la capacidad humana mediante una acción extractiva, devaluando en primera instancia  sus prestaciones, para sustituirla por un producto nuevo, la IA.
La buena noticia es que al igual que hay gimnasios para estar en forma física, para esto hay muchas personas que tienen tiempo, también hay actividades para ejercitar la mente; la conversación, la compañía de los demás, la buena lectura, el buen cine, la buena música, y con "buena" me refiero a aquellas producciones que nos hacen sentir, pensar y crecer, es decir a todo aquello que es verdaderamente artístico, que no solo nos entretiene, porque el entretenimiento está muy bien y también es necesario, pero por sí mismo no es cultura, no nos cultiva.
Como todas estas actividades buenas para la mente exigen esfuerzo, no han sido tomadas en cuenta por los dueños de la inteligencia artificial, piensan que con el ritmo de vida que ellos mismos con su mercado nos está imponiendo, la gente no va a tener ni tiempo ni ganas de cultivar su mente, y puede que tengan razón, en nuestras manos y en nuestras cabezas está el dársela o demostrar que en esto también están equivocados.

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