martes, 10 de septiembre de 2013

El Porvenir


No es lo mismo “el porvenir” que “el por llegar”. El porvenir está lleno de ilusión o al menos de esperanza.
            Cuando la ilusión y la esperanza desaparecen llega “el por llegar”, que es vivir en el presente pero no de una forma voluntaria como haría un maestro zen.
            El por llegar viene cuando ya no se espera nada de la vida, ni bueno ni malo. Ya no se trata de ser o de llegar o de llegar a ser o de hacer o de dejar de hacer o simplemente de tener. Solo se trata de “estar”, como hacían nuestras abuelas.
                ¿Qué hace, abuela?
                Pues que voy a hacer, nada, estarme.

lunes, 9 de septiembre de 2013

La señora del tren


Voy en un tren regional entre Zaragoza y Vila-Seca. Hay una señora que sube al tren en todas las paradas y que siempre mira mi bocadillo con envidia y con recelo.
No hablo en sentido figurado, no digo que suban mujeres que se parecen. Digo exactamente lo que he dicho. Digo que la misma mujer gorda y mayor sube por la puerta de mi vagón en cada estación.
Sé que no estoy loco, al menos de momento, así que solo se me ocurre una explicación plausible: que también baje la señora en todas las paradas por la puerta de otro vagón para volver a subir por la puerta del mío y hacer como que coge muchos trenes, como que viaja mucho desde muchos lugares diferentes.
¿Lo hace para aprovechar el viaje? ¿Se aburre? ¿Es supersticiosa y cree que si no sube y baja en cada estación el tren descarrilará? ¿Está loca? ¿Se considera a sí misma una especie de superheroína protectora del tren? Pero sobre todo, si es así, ¿por qué mira con envidia y con recelo mi bocadillo cada vez? Al fin y al cabo no es una gallina y dentro solo lleva queso.

sábado, 31 de agosto de 2013

El día que lo pierdes todo.

El día que lo pierdes todo no lo pierdes todo, eso es imposible: toda moneda tiene al menos dos caras.

Pierdes, eso es cierto, al amigo que no se entera de tu pérdida y lo tratas dentro de tus pensamientosde insensible, aunque no le digas nada porque sabes que en el fondo nunca estuvo en tu lugar ni en ninguna otra parte que mereciera la pena ser vivida.

El día que lo pierdes todo recuperan su pasión y su angustia, las viejas canciones y la noche entera, todo su insomnio.

El día que lo pierdes todo recuperas la razón y ella a su vez recupera su tristeza y su rabia, que son la antesala de la fuerza que necesitas para seguir adelante.

El día que lo pierdes todo pierdes también el respeto por tus enemigos: a veces una pérdida es una gran ganancia.

Recuperas el cuerpo, que es lo único que siempre te queda y también recuperas, cómo no, tu dignidad y tu orgullo.

Descubres que puedes seguir escribiendo en las situaciones más adversas pero, sobre todo, el día que lo pierdes todo ganas el conocer en un solo instante la medida exacta de todas las cosas, de la gente y de la grandeza de algunos de los que te rodean.

jueves, 22 de agosto de 2013

Zapatos nuevos zapatos viejos

Zapatos nuevos zapatos viejos

Me sorprendo mirando zapatos de verano delante de varios escaparates, pero lo cierto es que si lo pienso tengo varios pares que, aunque no son nuevos, tampoco están mal. Pienso en qué es lo que se esconde tras esta pequeña compulsión. Está claro que la sociedad te impulsa al consumo, que los escaparates son atractivos, pero también creo que las personas son en general inteligentes y conocen las estrategias del mercado, así que tiene que haber una razón más profunda.

viernes, 26 de julio de 2013

La abuela Pilar.

La madre de mi padre, cuando cumplió noventa y dos años dijo con aquella voz tan fina que tenía:
—Noventa y dos años y todavía por aquí, ¡qué vergüenza!
Como si estuviera ocupando un lugar que no le correspondiera o estuviera quitándole el sitio a alguien o algo así.

lunes, 22 de julio de 2013

Josele

josele

Josele era un gran amigo de mi padre y también mi padrino. Josele  nombró albacéa a mi padre que una vez me dijo, una vez fallecido su amigo, que menos mal que cuando pasó todo sus hijos Julio y Mercedes ya eran mayores porque mi padre nunca le han gustado estas cosas.Yo le quería mucho era una persona estupenda muy cariñoso y alegre.

sábado, 20 de julio de 2013

Berta

Mi tía Berta es hermana de mi madre y además mi madrina. A veces, aunque la quiero mucho, no alcanzo a entender cómo mis padres pensaron que si a ellos les pasaba algo Berta sería la persona más adecuada para cuidarme, aunque si lo pienso bien la verdad es que ella se ocupó de mí muchas veces y muy bien. Por ejemplo cuando estuve en casa enfermo varios meses y acababa de tener a su única hija, Inés, ella fue la que me cuidó durante mi convalecencia, lo que siempre le agradeceré.

miércoles, 10 de julio de 2013

Depresión

Lo peor de la depresión es que solo la entiende el que la ha pasado o quien ha tenido a alguien cerca sufriéndola.
         Recuerdo al principio, cuando estaba todavía sin diagnosticar. Fui al centro de salud, al servicio de urgencias de la tarde, porque tenía mucha ansiedad. Yo, pobrecico mío, quería que me recetaran Dogmatil, que es un medicamento que en realidad es para los mareos y los vértigos y que había tomado alguna vez cuando estaba muy nervioso de niño. Un medicamento que se puede comprar sin receta, pero eso lo supe después.

martes, 9 de julio de 2013

Clases de guitarra.

                 Cuando decidí por fin intentar ser músico mi padre, que me había enseñado los rudimentos básicos de la guitarra, me llevó a clases particulares con el profesor P.
P. era un gran guitarrista y una gran persona, pero no logré aprender nada de él

sábado, 6 de julio de 2013

la llave

  La Llave

         Los últimos meses que pasamos en Casa Lac fueron muy intensos. Mi hermana Elena estaba embarazada de su primer hijo, la abuela Pilar estaba muy enferma, Pili la persona que ayudaba mi madre en la cocina y que era ya de la familia después de tantos años estaba de baja con la rodilla hecha polvo, todos estábamos agotados porque faltaba personal y a todo esto se sumaba la posibilidad de “vender” el negocio y las negociaciones nos tenían a mis padres a mi hermana y a mí algo alterados.
         El restaurante ocupaba la planta calle y el primer piso y, en el rellano del tercero, había una puerta por la que se accedía a nuestra casa. Justo al lado de la puerta había una pequeña mesa con unas faldas y, colgando de esa mesa, estaba la llave de la puerta. Desde el principio yo protesté mucho. Mi madre quería que la llave estuviera allí, era más cómodo porque todos subíamos y bajábamos muchas veces al día y era normal dejarse la llave arriba o abajo. Yo le decía a mi madre que si viviera en la casa de al lado llevaría la llave encima como todo el mundo y nunca se le olvidaría, pero a pesar de mis quejas y del riesgo que suponía la cantidad de gente que subía hasta ese rellano, puesto que el baño de caballeros estaba en al lado de la puerta y de la cantidad de personas a las que a lo largo de los años se les había dicho “por comodidad” dónde estaba la llave, la llave siguió allí de principio a fin.
         Cuando se abría con esa llave además había que acordarse de que al otro lado de la puerta la mayoría de las veces estaba nuestro gato Cosme dispuesto a escaparse hacia las cocinas. Muchas mañanas me tocaba comenzar el día persiguiendo al felino por los dos sótanos y las dos plantas de restaurante que además estaban unidas entre sí por multitud de puertas y escaleras que estaban ocultas al público. Esto había que hacerlo antes de abrir el bar para que Cosme no se largara a la calle. Que Cosme no se escapara tenía su aquel, porque eran muchos años ya de jugar al gato y al ratón. Cuando se quería subir a casa había que llevar una bolsa. Abrías la puerta con una mano y con la otra sujetabas la bolsa a la altura de los pies y de Cosme. El gato retrocedía porque no veía la salida y tú entrabas y cerrabas la puerta. Para bajar, como el felino se pegaba como una lapa a la puerta para salir disparado en cuanto se abriera una rendija, había que coger a Cosme y depositarlo en la barandilla de la escalera. No sabemos por qué, pero desde allí no intentaba escaparse.
         La culpable de estas escapadas mañaneras era Carmen, la señora de la limpieza, a la que todos los días se le escapaba el gato. Aquella mujer es sin duda alguna la persona más bruta que he conocido en mi vida. Nos sometía a mi hermana y a mí a unos interrogatorios absurdos e impropios de nuestra edad y nos decía a veces cosas terribles. Una vez me pregunto:
                   Oye chico, chico, ¿tú fumas?
                   Pues no, no fumo.
                   No querría tener yo un hijo como tú, que fuma.
                   Oiga, que yo no he fumado en mi vida.
                   Claro, así huele todo.
         La señora no tenía en cuenta que vivíamos encima de un bar.
                   Bueno, Carmen, si usted quiere fumo, pero vamos a dejarlo.
                   Muy bien, si fumas lo dejamos.

         Como ya estaba harto de perseguir a Cosme todas las mañanas y de que Carmen no tuviera cuidado, utilizando su propio lenguaje un día le dije:
                   Oiga, Carmen, ¿sabe qué le digo? Que el gato ese es más listo que usted.
                   ¡Anda con el tío este! ¿No te jode?
                   Bueno, Carmen, no se lo tome a mal. Usted dirá lo que quiera pero el gato todos los días le gana la partida.
         La cosa tuvo su efecto y a Carmen nunca más se le volvió a escapar Cosme.
         Andábamos como digo muy ajetreados y un buen día Carmen no pudo subir a limpiar la casa porque la llave había desaparecido. Saltó la alarma general, buscamos por los alrededores por si se había caído, preguntamos a todas las trabajadoras aunque sabíamos que no habían sido ellas porque eran amigas de plena confianza.
         Nos reunimos para pensar. La llave había desaparecido por la noche, porque todos habíamos entrado a casa con ella. ¿Quién había sido el último? Había sido yo y la había dejado donde siempre. ¿Podía ser que alguien se la hubiera llevado para entrar otro día? Aquello era aterrador, pero no tenía sentido. Al llevarse la llave el posible ladrón levantaba la liebre y, sin embargo, dejándola en su sitio se aseguraba la entrada.
         Llevábamos ya varios días dándole vueltas al asunto de la llave sin encontrar la solución a su misteriosa desaparición y, al tercer día, cuando estábamos comiendo, en mitad de la comida mi padre se levantó y, sin decir palabra, comenzó a subir las escaleras. A los tres minutos bajó, se paró unos cuantos escalones antes de llegar adonde estábamos comiendo y, levantando el brazo, nos enseñó la llave.
                   ¡Anda! ¿Dónde estaba? Preguntó mi hermana.
                   Pues es que me acabo de acordar de que el otro día tuve un sueño. Había un peligro que acechaba y yo no sabía de dónde venía. Yo quería proteger a mi familia y pensaba en mi sueño que la puerta estaba abierta. Ahora comiendo he pensado, “¿y si me levanté yo sonámbulo y cogí la llave?”. Y he ido a mi mesilla y allí estaba.
                   Hace mucho que no te levantabas sonámbulo, Ricardo dijo mi madre.
         Era verdad, yo ni siquiera me acordaba de que mi padre es sonámbulo.

         Hace unos días, cuando le pregunté a mi padre si le importaba que contara esta historia, a lo cual, como se ve, accedió encantado, me dijo:
                   ¿Sabes lo más curioso? Los sonámbulos se comportan, cuando están en estado de sonambulismo, igual que se comportan en la vida real, así que estoy seguro de que para abrir la puerta que colgaba al otro lado tuve que coger a Cosme y ponerlo en la barandilla, porque no se escapó.
                   Pues es verdad, Papá, no se escapó el gato.
                   ¿Cómo puedo no acordarme, verdad? Qué cosas.
                   Sí, Papá, qué cosicas tenemos en esta familia.