viernes, 21 de octubre de 2016

Hospital

    

     Lo mío es una infección de orina importante. Tras el ingreso hospitalario el sábado por la noche y tras el primer gotero de antibióticos el dolor y los demás síntomas desaparecen, aunque sé que no me darán el alta al menos hasta el lunes o el martes.

    Tengo suerte con el compañero de habitación. Nada más llegar lo primero que hago es bajar la mampara que a modo de cortina separa ambas camas y me da un poco de intimidad.
El señor del otro lado y yo no nos molestamos en toda la noche.

    La mañana va pasando con las rutinas habituales y conozco a mi compañero, un señor mayor. El motivo del silencio nocturno es que el pobre no está para  muchos trotes.
Llega el cambio de turno para los cuidadores de Rafael, que así se llama el hombre. Esta tarde está su mujer que llega con la hija de ambos, una chica con discapacidad mental que se pone nerviosa “Pípi” “Caca” dice cuando le toca cambio de pañal a Rafael.

   Poco a poco me voy enterando de lo que le pasa tiene un cáncer que le afecta al páncreas, al hígado y al estómago pero no está aquí por eso, la válvula que debería ayudarle a distribuir el alimento por su cuerpo no funciona y hasta que su cirujano no vuelva de vacaciones no pueden operarle, pero tampoco está aquí por eso, hace unas semanas le dio un ictus y no puede mover la parte derecha de su cuerpo, por eso no puede moverse de la cama y de ahí los cambios de pañal.
Él no se queja mas que de dolor en la garganta, me figuro que por efecto de la quimioterapia y de la radioterapia, le duele a cada momento y sobre todo al tragar.
Hoy Rafael quiere dormirse y que le dejen en paz así que apagamos la luz y  yo leo en mi libro electrónico que por suerte tiene luz.

   La tarde siguiente también aparecen su mujer y su hija que empieza a gritar. “Calla” dice Rafael “Calla” repite Yoli riéndose, la madre dice “bajito, bajito”, “Bajito, bajito” grita Yoli. Su madre se la lleva a dar un paseo.


   Rafael y yo nos quedamos dormidos y al cabo de un rato oigo entrar a la madre y a la hija, “Cantar, cantar” dice Yoli, “Bajito, bajito” replica la madre y Yoli empieza a cantar bajito una especie de arrullo que es profundo, suave, fuerte y desesperanzado como una oración, Yoli lo acaricia todo con una voz que recuerda a los cánticos rituales de las tribus de indios americanos, me llega a lo más profundo del alma, bajito, bajito, y yo me estremezco y pienso en lo bello que es el mundo a pesar de los pesares.

jueves, 20 de octubre de 2016

Cansada

  Sé que estás cansada, cansada de todo, también de mí, noto tu hartazgo .

  Tú todavía no sabes que es, porque también es verdad que me quieres.

  Pronto ya no estaremos juntos. Lo intentaremos  pero surgirán mil problemas.

  Tus mensajes son cortos, lentos, tu atención escasa. Ya estás huyendo de todo lo mío, de lo más lejano, de lo más extremo a lo más íntimo y cercano.

  Ese es el recorrido inverso al amor por eso, el amor, también está ya lejano.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Ni siente ni padece



  Ponerse en la piel de alguien que ni siente ni padece ¿En primer lugar, es esto posible? Y suponiendo que fuera posible ¿Se podría volver desde ese grado de insensibilidad a la vida humana o habría un punto de no retorno como sucede en los orgasmos pero en versión cutre, tras la que ya no sería posible regresar a la conciencia?

  Siempre he pensado que no hay ninguna máxima, ni siquiera la cartesiana que sirva para sostener luego otra cosa que no pueda ser rebatida. ¿Pienso luego existo? No parece resistir esta frase el análisis de un simple aficionado como yo mismo. Cuando estuve en estado de coma no pensaba, pero existía, quizá no era consciente de mi propia existencia pero existía y cualquiera con una cámara fotográfica podría haber dejado constancia empírica de este hecho.

  Argumentan los defensores de dicha máxima que lo que quería decir Descartes (ya empezamos con explicaciones a lo Faemino y cansado) es que existo porque sé que existo, que la conciencia da sentido a la existencia, puede, al menos para el ser pensante, pero como todo el mundo sabe ese “sentido” es algo subjetivo, para mi mismo, por ejemplo,  el tener conciencia de mi mismo no da sentido alguna a mi existencia, me da conocimiento de ella, si es que decido creer en mi conciencia, nada más.

  Volviendo a la pregunta inicial ¿Es posible ponerse en la piel de alguien que ni siente ni padece?

   Como todo, nadie lo sabe y más nos valdría a Descartes a mí y a todo el mundo dedicarnos a solucionar las cosas importantes que son las que le joden la vida a la gente en vez de, como todos los “grandes filósofos” , gastar su “increíble inteligencia” en disputas que no van a ningún lado.( Vaya listos de los cojones).

  Como dijo el gran Tolstoi “El preguntarse eso es como preguntarse qué pasaría si ahora en vez de ser verano fuera invierno”.

   Para que no parezca que me escaqueo de responder a mi propia pregunta sólo diré que me parecería más adecuado a la realidad humana el decir “Siento luego existo” así se responde a la pregunta, si una persona no siente ni padece no existe y por tanto el ponerse en su piel sería algo así como morirse en vida, pasar a otro estado de cosas de las que nunca se ha podido regresar.




martes, 18 de octubre de 2016

Guepardo.



  El guepardo salta a la carrera en una milésima de segundo y alcanza su máxima velocidad en otro instante. El aire, antes inofensivo, golpea con fuerza sus párpados y los tallos de la maleza arañan su bella piel rayada. Al caer, tras cada salto, sus pezuñas sufren contra las piedras y contra la aridez del suelo terroso y duro de la sabana.

  De todo esto el guepardo nunca se queja. No exhibe sus debilidades y así nadie sospecha que a veces pasa hambre cuando se le escapa una presa.

  En esta astucia descansa la dignidad y la belleza del guepardo cuando arranca, cuando duerme, cuando descansa, cuando está quieto, cuando observa, cuando piensa.

lunes, 17 de octubre de 2016

Las palomas y el tranvía.

 

  Una paloma ha acabado bajo las ruedas del tranvía. Sólo quedan de ella algunas plumas ensangrentadas entre las hendiduras de las vías.

   Las palomas, como no podía ser de otro modo también se están quedando sordas, igual que nosotros. También a ellas se les embotan los sentidos con el ruido y con la contaminación.

    Los tranvías por el contrario se han quedado mudos, hoy día son silenciosos, algo curioso en medio de tantos decibelios de tal forma que tampoco los humanos los oímos venir y ellos pierden parte de su esencia no anunciándose al llegar.

Amarlo.

 

     Mis pies se sustentan en algo tan débil, tan frágil, tan duro, tan profundo...

     Es un niño y su llanto, un niño que busca desesperádamente algo que le calme sin encontrarlo, a pesar delos años.

    Ahora que ya he llegado a la mitad de la vida puedo verlo, comprenderlo y amarlo.

domingo, 16 de octubre de 2016

El claxon.


 Puesto que parece que las cosas verdaderamente importantes son difíciles de cambiar se podría mejorar, al menos el sonido del claxon.

 Para empezar no estaría mal incorporar un control de volumen con dos posiciones. Igual que los coches tienen luces de cerca y de lejos y nadie se vuelve loco por eso, podía este control de volumen tener dos posiciones, que podrían ser llamados carretera y ciudad. 

 Para terminar estaría bien añadir algún otro sonido más, creo que por lo menos se necesitarían tres, uno para pedir disculpas, otro para dar las gracias y un último para mandarlo todo a tomar por culo.


sábado, 15 de octubre de 2016

Gente con gato, gente sin gato.


Pienso en el pobre Fanz Kafka, en sus escritos, en sus sueños, en sus cartas, en su angustia, en su tristeza. Kafka era, hasta donde yo sé, un escritor sin gato.

Pienso en Van Gohg, pobre Vicent, trabajando sin descanso en sus cuadros, alcoholizado, sifilítico, sin amor, sin oreja. Un ser humano que sufría en su búsqueda del color, que quería atrapar la belleza del mundo. Pidió ser ingresado en un psiquiátrico para no causar problemas y acabó pegándose un tiro en el pecho con la pistola que usaba para espantar a las palomas de los trigales. Las cartas que le escribió a su hermano Theo le revelan como un gran ser humano, un sabio. (Un sabio tiene el mismo derecho que cualquiera a volverse loco).
Van Gohg fue toda la vida un pintor sin gato.

Pienso entonces en Sylvia  Plath. La primera vez que intentó suicidarse era todavía una joven estudiante, falló en la dosis y acabó vomitando las pastillas. La segunda vez, ya casada, se levantó una mañana, les subió el desayuno a los niños y metió la cabeza en el horno. No hubo una tercera.

Virginia Wolf  se metió en el río con los bolsillos llenos de piedras para morir ahogada como Ofelia.
Que se sepa ni Virginia ni Sylvia tenían gato, eran también escritoras sin gatos.

María Zambrano en su exilio francés llego a tener veintiocho felinos aunque ella vivía en el campo, cuando volvió a Madrid se  trajo sólo dos.

Charles Bukowski no tuvo gatos hasta que fue un hombre maduro asentado, decía que debía haber muerto varias décadas antes a causa de sus excesos, daba gracias por todos aquellos años “ de propina” mientras escribía y acariciaba a alguno de sus ocho gatos.

Yo de momento tengo dos gatos, Nada te ata tanto a la tierra ni a la vida, nada te enseña tanto, ni te equilibra tanto como tener gato, aunque me pregunto cuántos serían para mí suficientes.

jueves, 13 de octubre de 2016

Árbol caído



 Un árbol ha caído en mitad del bosque. Nadie lo ha visto caer ni lo ha oído pero yo sé que ha ocurrido.
Se ha llevado por delante la humilde y antigua línea telefónica que unía nuestras dos casas cada vez más separadas.

  Primero fue el terremoto que engulló el puente por el que cruzar al lado del otro. Luego llegaron los hielos invernales que cortaron el camino largo, que de no utilizarse ya andaba casi perdido entre la maleza.

  Ahora, con esto del puente no sabe uno cuando salir de casa a buscarte.
Los gatos arañan las ventanas por dentro intentando atrapar sus propios reflejos yo tampoco puedo hacerlo pero seguro que ellos lo intentarán más tarde y lo conseguirán en sus sueños.

Melocotón

 

 En mis sueños descanso desnudo y destapado sobre la cama con los brazos en cruz, la mano de una mujer desconocida que aparece flotando sobre mi cabeza sostiene un melocotón.

 Lo suelta con delicadeza y la fruta rueda elegantemente  atravesando mi frente, nariz, cuello y torso.
Al llegar a mi abultado abdomen cae hacia la izquierda volviendo en dirección a mi cabeza rodando a lo largo de mi costado.

  Una vez en mi axila la mano lo recoge y vuelve a lanzarlo sobre mi frente con el mismo resultado, aunque en esta ocasión el melocotón se desvía hacia la derecha y es mi costado derecho sobre el que vuelve llegando a la otra axila.

 No me molesta el tacto que es todo lo suave que puede ser esta fruta pero cuando la misteriosa mujer se dispone a lanzarla por tercera vez un picor insoportable me recuerda que soy alérgico al melocotón.
Me arde la frente, el pecho, la tripa y los costados y este picor es lo que logra despertarme con todas esas partes de mi piel enrojecidas.

  Me pongo una crema que tengo para estos casos y tomo un potente antihistamínico por vía oral. Finalmente me ducho para calmar la piel.

  Un poco más tarde, ya restablecido por completo consulto uno de mis diccionarios “El lenguaje de los símbolos” que en la entrada “Melocotón” dice:

 “En China el melocotón es símbolo de la inmortalidad y longevidad… suele representarse surgiendo del jardín del paraíso donde su árbol da fruto cada tres mil años”
¿Es posible que esta interpretación sea tan certera? Es verdad, tengo alergia a esta fruta, a la longevidad y a la vida.